La exploración del mundo, la ampliación del conocimiento, grandes descubrimientos e inventos maravillosos no serían posibles sin la curiosidad.
Si bien es cierto que la necesidad impulsa y activa la motivación para resolver esa necesidad, también es cierto que cuando la necesidad ha sido satisfecha desaparece la motivación que buscó aquello que la satisface. Algo que no sucede con la curiosidad, pues cuando una curiosidad se satisface esta da paso a una nueva curiosidad y esta a otra y así se eslabona una cadena de curiosidades que va creciendo en la medida que la curiosidad se satisface.
Observe el comportamiento de un niño pequeño, vea la forma que explora un lugar nuevo, lo quiere tocar todo, lo mueve, lo ve desde diferentes ángulos, quiere descubrir «qué pasa» con ese elemento. Con frecuencia esa curiosidad infantil se vuelve muy incómoda para los adultos cuando se está de visita en algún lugar novedoso. Cuando llega la edad de las preguntas y nos bombardean con «el porqué de las cosas» la incomodidad del adulto también aumenta, pues parece que el niño no dejará de preguntar nunca.
Ante la desesperación de no poder responder todo lo que los niños preguntan pensamos que el niño es un metido, que pregunta más de la cuenta. Sin embargo, ese bombardeo de cuestionamientos está demostrando inteligencia, deseo de conocimiento, deseo de aprendizaje, demuestra una curiosidad que debe ser canalizada y saludablemente dirigida por papá y mamá que deben armarse de mucha paciencia.
La curiosidad es esa energía psicológica que nos empuja a querer saber más de algo o de alguien. Es el motor principal de la exploración, del descubrimiento y lleva a la inventiva. Hay un elemento fundamental que debe ser entendido con claridad: la curiosidad produce placer por el conocimiento y un disfrute por los estímulos. En otras palabras, hay un deleite en lo que se está explorando porque se disfruta lo que se ve, lo que se toca, lo que oye,
etcétera.
Las investigaciones científicas que se han desarrollado para entender la curiosidad han demostrado que esta varía de un individuo a otro, es decir, hay personas más curiosas que otras, posiblemente esto se deba a la forma en que en el hogar y en la escuela esa curiosidad fue estimulada o fue limitada.
Un elemento que mata la curiosidad es la prohibición punitiva. Esto es aquella prohibición que va acompañada de la amenaza de un castigo, si la curiosidad continúa o el adulto la considera perniciosa. Entonces, como una forma para evitar un potencial castigo, el niño abandona la curiosidad, pero de esa manera se le limita su capacidad de exploración y aprendizaje.
La curiosidad debe ser dirigida, canalizada, orientada, de tal manera que sea un factor de enriquecimiento cognitivo para el niño.
En un estudio publicado en septiembre de 2013, por Andrea del Pilar Bernal López y Jenny Viviana Román González (grupo de Investigación en Desarrollo Cognitivo de la UNAC), afirman que «[…] Los niños altamente curiosos son más creativos en términos de búsqueda inmediata de soluciones y en búsquedas de largo alcance, con mayor madurez emocional, mayor pensamiento abstracto y liderazgo. Por otra parte, los niños con curiosidad más baja son más pasivos, demuestran una curiosidad más limitada, tienden a ser menos seguros de sí mismos, muestran menor capacidad para el pensamiento abstracto».