Según datos históricos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), el 7 de julio de 1917 por la tarde, tras unos pequeños temblores casi imperceptibles por la población, el volcán Quezaltepec, mejor conocido como volcán de San Salvador, entró en proceso de erupción.
Al evento se sumaron dos terremotos de gran magnitud, que de inmediato causaron estragos en la infraestructura de la capital, volviendo esa noche una verdadera pesadilla que interrumpió la paz y tranquilidad de los pobladores.
En una entrevista otorgada al MARN, el antropólogo Heriberto Erquicia relata cómo faltando 10 minutos para las 7 de la noche, entre sismos, desesperación y angustia, el volcán «lanza la lava al noroeste, en el lugar que ahora conocemos como El Jabalí».
El flujo de lava recorrió aproximadamente 6.5 kilómetros, lo que dejó a su paso un aproximado de más de un millón de metros cúbicos de desechos volcánicos que aún son apreciables en el campo de lava.
Hay testimonios que relatan que en el fondo del cráter existía una laguna que, tres días después de haber hecho erupción el volcán, comenzó a bullir hasta evaporarse y desaparecer.
Como parte del ciclo eruptivo, el volcán expulsó ceniza, lo que produjo la creación del cráter que hoy conocemos como Boqueroncito.
Con gran historial eruptivo, el volcán de San Salvador aún está activo, por lo que constantemente se monitorea para detectar posibles riesgos.