En un capítulo de la serie para niños (¿?) «31 minutos» aparece una personificación de Dios, un calvo señor de ojos saltones y bigotes largos, anunciando con brutal ironía: “Se acabó el mundo, pero inmediatamente empezó uno igual”. La anécdota causa gracia, porque es una parodia de las soluciones argumentales a las que recurren los guionistas y escritores cuando se les ha enredado todo el esquema de personajes y acciones, pero ¿habrá algo más enmarañado que el 2020?
En lo público, estos doce meses han traído, por una parte, la reivindicación y evidencia de la necesidad de una ciencia abierta, colaborativa y con conciencia de los usuarios. Por otra parte, ha significado la instrumentalización de la misma en pos de prácticas racistas, xenofóbicas y clasistas. En el ámbito privado, por un lado, se ha visto fortalecido el sentido de lo comunitario, lo austero y lo sencillo, pero, por otro lado, ha resurgido la ética de la acumulación, la usura y el proteccionismo excesivo.
La paradoja incómoda del 2020, aquella que con poca frecuencia se expone, es que este ha sido un año en el que todo cambió, pero nada cambió. Se modificaron normas sociales, conductas de higiene y cuidado, se alteraron las formas de trabajo y se trastocaron las formas de educar. Sin embargo, no cesó el egocentrismo y narcisismo de algunas personas, no se agotó el individualismo desmedido, se acrecentó la desinformación y el aprovechamiento político se apareció cada dos pestañeos. Humanos, demasiado humanos, diría Friedric Nietzsche.
En marzo -si mal no recuerdo-, el filósofo y pensador esloveno Slavoj Žižek, señalaba que “El Coronavirus es un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” y tal expectativa contrasta de lleno con lo denunciado por diferentes organizaciones humanitarias, entre las cuales destacan Oxfam, Amnistía Internacional, Frontline AIDS y Global Justice Now, las que señalan que los países más ricos de occidente (un 14% aproximadamente) han comprado cerca de un 53% de la previsión de producción de las vacunas que se tienen para el periodo 20/21 y que se encuentran en estado de desarrollo avanzado o aprobadas para su uso.
Se pretende que el virus global, aquel que no hace distinciones de sexo, género, orientación sexual, color de piel, condición social o económica, sea enfrentado de un modo tan desigual que, según diversos activistas, 9 de cada 10 personas en los países pobres no recibirán el año que viene la vacuna que podría salvar sus vidas y la economía de sus países. Esto cae como el epitafio obligado de toda la humanidad: “malentendieron todas las señales”.
El 2020 fue el año en que todas nuestras certezas y convicciones fueron puestas en duda. Por ello, es nuestro deber pensar con la imaginación política suficiente para proyectar un 2021 diferente. El pacto de ficción que realizamos cada 31 de diciembre, en el que imaginamos que mágicamente comienza un ciclo nuevo, solo será diferente si transformamos la impostura que le caracteriza a dichas fiestas y la convertimos en una instancia para idear nuevas formas de pactar en nuestras vidas. Maneras en la que las lógicas de consumo no pueden aplicarse a las esferas de los derechos fundamentales, porque la inmunidad nunca será inmortalidad y para vivir el mundo hay que sostenerlo y sostenernos, aunque seamos humanos -a veces-, demasiado humanos.