El 21 de julio de 2019, Margarita Martínez [nombre cambiado] desde la comodidad de su hamaca veía un culto en el canal 65 cuando de repente llegó P. V., quien era el pastor de la iglesia Profética Cristo Viene, y le dijo: «esta tarde la vas a recordar para siempre».
Tras esa frase amenazante, el religioso abusó sexualmente de la víctima como lo había hecho desde marzo de 2016. Esa fue la última vez que el pastor se aprovechó de ella porque en esta ocasión la víctima se armó de valor y denunció el caso ante la Policía Nacional Civil (PNC).
Margarita asistía a la congregación desde 2015 junto con su hermana hasta un día antes de la última violación por parte del líder religioso que en octubre de 2020 fue condenado a tres años de cárcel por el Juzgado Cuarto de Sentencia por el delito de agresiones sexuales.
Entre 2018 a septiembre de 2021, la Fiscalía General de la República (FGR) recibió 49 denuncias contra sacerdotes y pastores evangélicos acusados por delitos sexuales, así lo revelan los datos de la Dirección de Análisis, Técnicas de Investigación e Información (DATI). Las estadísticas dan cuenta que 40 fueron pastores y 9 sacerdotes.
Del día de su agresión, la victima relató que sucedió a eso de las 4:00 de la tarde cuando el pastor entró con facilidad a su casa porque la puerta estaba abierta, aunque la casa estaba cercada con alambre de púas. El ingreso repentino de P. V., tomó por sorpresa a Margarita, quien se levantó de la hamaca, pero él, haciendo uso de la fuerza, la contraminó a una cama, porque la hamaca estaba en medio de dos camas.
Mientras el hombre abusaba de ella le decía que recordaría esa tarde porque la iba a matar a ella y después se iba a quitar la vida él.
En la denuncia, la víctima relató que este tipo de abusos habían ocurrido en muchas ocasiones y que la primera vez fue el 2 de marzo de 2016 cuando ese día, el pastor abusador llegó como a las 4:00 de la tarde. La mujer era la encargada de hacer los desayunos para la congregación, y ese día recién había retornado a su casa desde la iglesia.
Margarita contó a los investigadores que cada vez que P. V., abusaba de ella la amenazaba, y en varias ocasiones, de manera violenta, la obligaba a hacer varias cosas. Agregó que no denunció antes por miedo a que el condenado le hiciera daño a su hermana, no sabía dónde dar aviso de la agresión y en ocasiones buscó con quien desahogarse, pero por pena no lo hizo.
«Yo le decía [al sentenciado] que era la persona que tenía que cuidar al rebaño, tenía que cuidar a las personas que estaban en la congregación. Yo ya no aguantaba», manifestó Margarita ante las autoridades.
En su congregación, Margarita también era la encargada de tocar el piano y en los primeros días de julio de 2019 ella le contó al pastor que tenía novio, a lo que el agresor le dijo que ya no podría desempeñar la función y que tenía que dejar a su novio y «reconciliarse con Dios» [arrepentirse]. Pasaron los días y un domingo después del culto, el religioso le expresó que tenía que dejar al muchacho y volverse su mujer para volver a «tener el privilegio» de asistir a la iglesia.
El 18 de julio de ese año, como a las 7:30 de la noche, cuando ella caminaba en una calle oscura, P. V., le salió al paso, le arrebató el celular y lo metió en su bolsillo. Margarita pidió el aparato, pero él la abrazó, comenzó a besarla en la boca y a decirle que tuvieran relaciones sexuales. La víctima logró escaparse, pero el hombre la alcanzó a pocos metros, ante lo cual la mujer comenzó a gritar, el imputado la soltó, la victima comenzó a correr y el pastor tiró el celular al suelo, luego lo levantó y lo tiró a una quebrada.
En otro caso de agresiones sexuales, pero competidas por sacerdotes, el guatemalteco José Venancio Boror Uz se convirtió en prófugo, en julio pasado luego que no se presentara a una audiencia al tribunal Cuarto de Sentencia donde es procesado. Por lo tanto el tribunal solicitó a la Interpol que localice y capture al sacerdote guatemalteco quien es procesados por agresión sexual en una niña de seis años.
Este sacerdote era el encargado de la iglesia del barrio Lourdes, en San Salvador y ya estuvo preso por otro caso similar, pero luego quedó libre y huyó a Guatemala.