Los derechos que siempre creyó tener la derecha, así como sus conceptos de libertad, que por cierto no son universales ni morales, fueron acuñados por ellos mismos a través del tiempo. Es esa misma derecha que desde la época colonial se arrogó la potestad de dominar al resto de los ciudadanos y que por 200 años después de firmada la independencia ha procurado conservar.
Creyeron (y creen aún) tener la libertad y el derecho de acumular riqueza sin límite, sin control, aunque eso signifique condenar a los demás a una vida de miseria.
Se creyeron (y se creen aún) con el derecho de poseer y manipular medios de información que les sirvan a sus mezquinos intereses y enarbolar un falso pero conveniente concepto de la libertad de expresión.
Han creído siempre tener el derecho de decidir el destino de los demás, para lo que se valieron del Gobierno por mucho tiempo, y asimismo se apoderaron de instituciones importantes en las que se toman decisiones que incumben a las mayorías.
Han creído también tener el derecho de manejar el país como una gran finca en la que el resto de los ciudadanos son simplemente sus peones. Se han atribuido, desde hace mucho, facultades que nadie les ha dado pero que les han servido para favorecer sus avaros intereses.
Con esto no quiero decir que la derecha no tiene derechos. Sí los tiene, pero son únicamente los que les corresponden, no los que ellos se inventan para aumentar sus privilegios y estar siempre sobre el resto de la gente.
Que quede claro también que me refiero a la derecha que practica un capitalismo salvaje y en la que pululan empresarios voraces, no al empresariado en general, porque dentro de ese empresariado hay personas muy conscientes de su compromiso social, que no utilizan sus capacidades únicamente para aumentar su riqueza olvidándose de sus trabajadores o como suelen llamarles ahora, sus colaboradores.
Sin embargo, a pesar de todo, los tiempos están cambiando y las cosas parecen caer en su lugar. El pueblo por fin está haciéndose de esos derechos que por tanto tiempo le fueron negados.
Pero quizá lo más importante aquí es el hecho de que ese mismo pueblo ha podido participar en las transformaciones que este país experimenta, comenzando por la valiente decisión que tomó en las últimas dos elecciones al quitarles, con su voto, el poder a los que por tanto tiempo habían puesto sobre su cuello el yugo de la injusticia. Y es que nunca un sufragio había tenido tanto valor.
Yo, como escritor, me quito el sombrero para luego inclinar mi cabeza ante este valeroso pueblo que por fin decidió darle un giro a su destino y llevar al poder a quienes no les tiembla la mano para hacer los cambios que son necesarios.
Es también un detalle digno de mencionar y aplaudir el hecho de que la decisión tomada fue totalmente acertada, pues se eligió a un Gobierno que en ningún momento ha dudado de su compromiso y, además, a una bancada legislativa que no escatima esfuerzos para acompañarlo.
En este país soplan agradables vientos de cambio, todo porque su digna y valiente sociedad ha decidido, por fin, escribir su propia historia.
Dios bendiga a nuestra gran nación.