La vida es dura o nosotros la volvemos dura. Este siempre ha sido un dilema que ha acompañado la historia de las sociedades. Sin embargo, es necesario hacer una reflexión racional y concienzuda al respecto. Dice un proverbio antiguo que a dos cosas hemos venido al mundo: a aprender y a amar. Considerando este planteamiento, para ambos conceptos se necesita valor, paciencia y entrega; por lo tanto, ciertamente la vida es dura.
Si bien es cierto, aunque en un primer estadio se ha determinado que la vida es dura a priori, menos cierto es que se suele volver una circunstancia adversa, aún más complicada por nuestras actitudes, disconformidades o poca visión de la vida. Por lo tanto, es menester comprender la naturaleza esencial de la vida y de su significado posteriori.
Ya lo expresaba el proverbio sueco: «Aquellos que quieren cantar siempre encuentran una canción». Pues bien, el que tiene una férrea actitud positiva ante la vida siempre encontrará motivos para luchar, para aprender, para amar y encontrarle el sentido a cada situación, por difícil que sea. ¡Vaya realidad interior del sabio que sabe vivir!
De tal suerte que la vida o es un acontecimiento dichoso o no es nada. Solo quien es capaz de comprender el significado de cada instante de la vida, aun con sus contradicciones, logra la intensidad de la que tanto han hablado los místicos, sabios y filósofos por siglos. No hay que conformarse con menos de lo que se merece por ser y por estar.
Por tanto, cada ser humano tiene el derecho de amar y de dejarse amar, de aprender y, con ello, en algún momento de la vida, enseñar, pero no será posible sin la capacidad de encontrarle el sentido a cada dolor (aclaro, dolor, pues ya he dicho en otras columnas que el sufrimiento es opcional, mientras que el dolor es natural). «¡Ama y haz lo que quieras!», decía Agustín de Hipona.
Es así como el punto clave en todo esto sería que si bien es cierto la vida es dura, el ser humano la vuelva aún más dura, ante la poca voluntad de encontrarle sentido a la adversidad y, sobre todo, de darle el valor meritorio a cada suceso que la vida se encarga de mostrar como esencia viva de su naturaleza.
Quizá y solo quizá es tiempo, querido lector, de que considere como elemental que la vida «in situ» es creación y por tal, evolución, y todos estamos llamados a darle estructura y orientación a esa magna obra llamada subsistencia. No complejice más lo que ya es liado, permítase darle el sentido correcto a cada momento de la vida, solo así verá detrás del velo de lo concreto y alcanzará el manto de lo abstracto y, con ello, una verdad trascendente para usted.
Ya lo decía el maestro José Martí: «Hay felicidad en el deber, aunque no lo parezca». Pues sí, me adhiero a esa postura, hay felicidad en el deber y en el hacer, pero solo si se deja de creer que la vida misma como tal es solo dolor; si bien es cierto parte de existir es la complejidad de esta, también es cierto que hay dicha, felicidad, gozo, aprendizaje, experiencia, sabiduría, verdad y eternidad en cada segundo que se vive con intensidad y con plenitud.
Pero, claro está, para vivir con esa plenitud dicha con antelación es necesario ineludiblemente comprender que la vida es contradicción, y solo quien vive acariciando la contradicción como unión sabrá aceptar su vida como lo que es: un conjunto de aprendizajes y de sentimientos nobles. ¡La vida es lo que es, dale tú un mayor sentido, para que sea en lo que tú quieres que se convierta! ¿Te animas? Quizá no es opcional si realmente quieres ser feliz.