Una estampa paradisíaca, como sacada de revista, es una de las experiencias que ofrece el Turicentro El Capulín, en Moncagua, San Miguel.
Llegando por la carretera Panamericana, a 2 horas con 30 minutos y recorriendo 131 kilómetros, o por la carretera El Litoral, con un tiempo de 2 horas y 48 minutos y una distancia de 161 kilómetros (ambos como punto de partida San Salvador), El Capulín es un espacio que desde afuera no revela la belleza natural que hay en él.
Al llegar, el lugar es amplio, hay enormes piscinas de agua natural, es decir, de agua que brota de las piedras o del suelo.
La piscina más grande tiene una profundidad que va desde un metro con 30 centímetros, y en su parte más honda hasta tres metros. Esta abarca casi todo el centro del lugar.
El balneario está rodeado de vegetación que crea un clima fresco y con sombra en la mayoría de sus espacios, tanto piscinas como mesas para compartir en familia o amigos.
El color del agua es diferente, es evidente su pureza, libre de cloro. Al acercarse pueden verse pequeños peces de varias especies, siendo los famosos chimbolos los que predominan. La presencia de estos demuestra la inocuidad del agua que, aunque posee minerales, no es dañina.
El fondo de las piscinas es rústico, no tienen cerámica ni pintura.
Frente al gran estanque de agua está una fila de ventas de flotadores, ropa para bañarse, almuerzos, elotes locos, papas fritas y toda clase de snacks; sin falta las bebidas para que los visitantes puedan suplirse. También es permitido llevar alimentos preparados, porque no hay espacio para cocinar.
Lo más impresionante del lugar está al fondo y a la derecha de la entrada. Allí hay una cueva de piedra blanca y marrones que atrapa la mirada.
Debajo de la cueva una piscina natural turquesa termina de cautivar.
Allí también hay un nacimiento de agua del cual se alimentan las piscinas del turicentro, el agua está en constante movimiento, permanece estancada poco tiempo, siempre fluye. Por eso, a un costado del lugar, están unas compuertas que se abren para descargar y desembocar en un río cercano.
En el lugar hay dos cuevas contiguas, separadas por un espacio de mesas para el sano esparcimiento, ambas poseen su piscina, pero de momento una de ellas está deshabilitada.
El agua es calma, es como nadar en cristal tibio, algo que gusta mucho a los visitantes que llegan de todas partes.
Este fue el caso de una familia que llegó desde el puerto de La Libertad a pasear con los hermanos lejanos que habían venido desde Los Ángeles, California, quienes por las fotos de la cueva no pudieron resistirse.
Los tres primos pasaron un día inolvidable, haciendo clavados y adentrándose a la cueva.
«Nosotros vivimos en Los Ángeles, pero vimos las fotos del agua y la cueva y nos venimos. No nos tome fotos muy de cerca que la novia no sabe que andamos acá», dijo entre bromas uno de los hermanos lejanos mientras hacía chapuzones en la fresca agua.
El balneario permanece abierto todos los días del año, a partir de las 5 de la mañana. Cuenta con espacio para parqueo afuera de las instalaciones.
El precio de la entrada es de $2 por persona. Los niños menores de 7 años y los adultos mayores entran gratis.