El Día de la Mujer en México, como en otras latitudes, fue bastante inusual por las restricciones derivadas por la COVID-19. Así, mientras algunas mujeres decidieron salir a marchar, otras hicieron ciberactivismo durante la semana del 7 al 12 de marzo. No obstante, a todas las unía el temor ocasionado por el incremento de feminicidios, de desapariciones y de violencia tanto doméstica como laboral y académica a causa de la pandemia. Así, se llevaron a cabo rodadas masivas y marchas de mujeres en distintos puntos del país; se dieron charlas, clases y actividades artísticas, y se difundió en tiempo real tanto noticias como información que pudiera ser útil a las participantes de las manifestaciones.
De esto último, lo que llamó más la atención fue el grado de represión que sigue existiendo en la capital mexicana. Días antes de la marcha, el Gobierno de la Ciudad de México colocó vallas de casi dos metros de altura alrededor de todos los edificios por donde pasaría el contingente y en torno al Zócalo capitalino. Esto, cabe señalar, no es la primera vez que ocurre en manifestaciones convocadas por mujeres: año tras año, se buscan nuevos mecanismos para contenerlas. Este año, además de las vallas, una noche anterior, una serie de policías capitalinos entraron por la fuerza al hogar de algunas mujeres activistas inculpándolas de narcomenudistas y distribuidoras de armas de fuego. Parecía la gestación de un plan macabro e increíble. Así, el 8M grupos inmensos de granaderos acorazaban a contingentes pequeños de manifestantes hasta aislarlas y lanzarles gases lacrimógenos. Asimismo, se observaron a una serie de francotiradores dispuestos en lo alto del palacio presidencial.
Todo esto se hizo a pesar de los compromisos de la 4T en relación con el derecho fundamental de las mujeres a una vida libre de violencia. Además, Claudia Sheinbaum —jefa de Gobierno de la CDMX— declaró horas después de la represión policial que, por ser mujer, nos comprendía y que, por lo mismo, apoyaba el movimiento y emitiría una cartilla de los derechos de la mujer capitalina. Sin embargo, no declaró nada respecto al despliegue policial desde los días previos a y durante el 8M. Por su parte, AMLO —presidente actual de México— señaló que todas las manifestantes feministas éramos parte de la oposición a su gobierno; insistió, como otros años, en que nos pagaban y que solo buscamos desestabilizar su gobierno. Esta generalización encendió la llama violeta: ambos discursos parecieron una burla al dolor de las mujeres y a la violencia policial del 8M, así como también una abierta declaratoria de que las mujeres somos un enemigo para el Gobierno de este país. Como leí en redes sociales: dentro del pueblo bueno que hay que proteger, las mujeres no tienen cabida.
¿En realidad marzo acaba bien para las mexicanas? Lo dudo: como cada año, se nos llamó feminazis, oportunistas se colgaron de nuestros pliegos petitorios, se violentó a varias talleristas y seminaristas en videoconferencias –enviándoles imágenes vulgares y agresivas—, nos llamaron enemigas de la transformación mexicana e, incluso, profesores y estudiantes de distintas universidades prestigiosas del país confirmaron su machismo con comentarios del tipo «deberían matarlas», «deberían estar en su casa preparando las tortillas» o «si las violan, digan que les hicieron el favor». Así, cierra marzo en México: lleno de cansancio e indiferencia.