Era una tarde para ser religioso y guerrillero. De llevar el crucifijo pegado al pecho y el machete en la mano. De persignarse, de caminar en pinganilla sobre un verde pastó minado para salir ileso y triunfante: sobrevivió Alianza y saboreó las mieles del paraíso, pero antes tragó amargo y sufrió de hipo ante un Águila irreverente.
Las oraciones grupales desatoraron el grito de batalla que exigía trincheras, pero también remangarse cuerpo a cuerpo. Tanto Águila como Alianza repitieron formato: sus mismos gladiadores, con las novedades de Fabricio Alfaro, primerizo en finales, y Juan Carlos Portillo que volvió tras pasar por la enfermería.
Iván Marcía y Henry Romero se pararon como guardias pretorianos. Desde ahí no solo prohibían el paso a intrusos, sino que atalayaban y soplaban consignas a Marvin Monterroza para que sonara la trompeta de avance o retroceso según urgencia.
Por delante hubo un Águila amurallado, con dos barricadas por delante del área, que jugaba a no dejar jugar. Fastidioso tras la pelota, paciente y mal intencionado al momento de agredir.
Fabricio marcó de estampilla, puso grilletes, a Monterroza, esclavizando la creación de los blancos que se vieron desorientados en los minutos iniciales sin el genio que manipulara la lámpara.
No fue precisamente un simposio de fútbol el partido y tampoco dio para el poema. Hubo incluso un concierto de desaciertos en el traslado de pelotas, pero al cierre del primer acto dejó migas de emociones y un bocado para desatar el nudo de la garganta: un pincelazo de Jonathan Jiménez que significó el 1-0.
La diana, al 41´, roció anestesia a un Alianza adolorido y acalambrado por la ausencia de Bryan Tamacas, el hombre que les abanicaba por el corredor derecho.
Fue a partir de esa ausencia que Águila inclinó la cancha hacia el color naranja. Probó los reflejos del novel Mario González, y cuando más bien pintaba el juego para sus intereses se les lesionó Marlon Trejo por derecha. Ese despiste aprovechó Jiménez para sacar su brocha y manchar de blanco. Después de ese gol, quedó la chance para Chicho Orellana, pero le pegó al balón con el juanete y privó a la hinchada blanca de ampliar el festejo.
El acto final tampoco dio tiempo para los violines, las zonas defensivas pasaron a ser selváticas y dejaban muy pocas veredas de cara al gol. En el primer cuarto de hora, 60´, Iván Barton ya había pintado de amarillo a Romero y Mancía de los blancos; Andrés Quejada y Diego Coca de los migueleños.
Coca debió ver la puerta de salida, pero se equivocó Barton en el color de la cartulina, y lejos marcharse el agresor se fue Michel Mercado golpeado. Obligado, Milton «Tigana» Meléndez, movió su tablero y dio entrada a Fito Zelaya para suplir al cafetero.
Con Águila en plan de avanzada y Alianza a la contra, Ernesto Corti, aprovechó los últimos 15 minutos para quemar las naves, había que poner toda la carne en el asador: se cocinaba la 15 para los blancos, y fueron Fito Zelaya, al 78’, e Isaac «Clavito», Portillo, al 84´, con un remate que acabó en autogol quienes sazonaron el guiso.