Cada año lo consideramos como un nuevo comienzo, pero en realidad es una continuidad. Sin embargo, la sensación de un nuevo inicio es sanadora y reparadora.
Esto no deja de lado la estructura que nos da un calendario, que día a día utilizamos para medir (y comparar constantemente) nuestros logros o fracasos (o aprendizajes, como me gusta llamarlos) con los de otras personas, lo cual añade una presión innecesaria e inútil a nuestro camino y desarrollo personal.
Las metas no cumplidas mantienen su relevancia sin importar la fecha en el calendario, siempre que estas tengan un propósito para nosotros. La habilidad de observar nuestro camino desde una perspectiva externa y comprender los motivos de nuestros desvíos añade valor y aprendizaje a nuestro proceso.
Utilizar la estructura de un calendario para replantear nuestras acciones, personalmente, me parece más beneficioso que compararnos o reprocharnos por no tener aún lo que queremos. Así como cada paso nos acerca, cada tropiezo nos prepara. Reconocer esto cada vez que sucede requiere de una gran fortaleza que no se gana de la noche a la mañana (como experiencia propia). No es un simple conformismo con lo mediocre, ni un «ni modo, no salió como esperaba».
Sé lo que se siente: la culpa, el sentimiento de fracaso y la sensación de no ser capaz ni siquiera de volver a empezar. Pero es que somos demasiado duros con nosotros mismos, que se nos olvida ver hacia atrás y reconocer los lugares oscuros de los que hemos salido victoriosos, sin importar el tiempo que nos tomó.
Nos es más fácil recordar los fracasos porque son los que duelen, mientras que la felicidad de las glorias es corta. El fracaso inunda el corazón y nos recuerda que no hemos sido capaces y el por qué, mientras que la felicidad de los logros a veces no dura mucho, ya que nos enfocamos en que debemos seguir, pues aún no hemos llegado adonde queremos. Y así, el círculo vicioso de vivir entre el recuerdo y el porvenir.
¿Qué tal si nos planteamos que la meta no está en el futuro, sino en el ahora? Estar presente hoy, caerse y levantarse hoy, aprender hoy, «cada día con su afán», como decía mi abuelita. Y así poder encontrar la gracia en saber que hoy fuimos un poco mejor que ayer, aunque sea una milésima. Aplaudir desde el más pequeño logro hasta el más grande, abrazar los días buenos y los que nos dejaron una enseñanza.
Si conectamos los puntos hacia atrás, encontraremos tanto buenas como malas decisiones que nos llevaron a ser las personas que somos el día de hoy. Pero ¿y si nos retamos a conectar los puntos hacia adelante? Parece imposible, ¿verdad? ¿Qué traerá el futuro? ¿Lograré lo que quiero? Seguramente no tendremos esas respuestas porque no tenemos el control del futuro. Lo que sí podemos controlar es qué haremos HOY para acercarnos a esa persona en la que nos queremos convertir o a esa meta que deseamos alcanzar. Es en la puesta de un ladrillo diario que veremos el edificio construyéndose.
Toda gran empresa inició como una idea, como un pequeño emprendimiento. Todo cuerpo tonificado y saludable comenzó siendo un cuerpo débil. Visualizar el camino, los esfuerzos, los aprendizajes, la incertidumbre de crear algo gigante, la ayuda que tendrás que pedir, las puertas que tendrás que tocar, los desvelos, el cansancio… es igual de importante que visualizar la meta.
Así, cuando todas estas «dificultades» pasen, porque lamento decirlo, pero van a pasar, no tires la toalla. Ten la conciencia plena de que todo es parte del plan, que todo te enseña, que todo te hace más fuerte, sin importar el tiempo. No hay una fecha de caducidad para tus sueños. Vuelve a empezar cada vez que puedas, no solo cada lunes, ni solo cada 1.º de enero. Vuelve a empezar, porque ya no empiezas desde cero, empiezas desde la experiencia.
¡Que este nuevo año nos acerque más a nuestro destino!