Un matrimonio me llama para pedir que les dé mi opinión respecto de que su hijo, que recientemente se ha graduado de bachiller en un colegio privado, les ha dicho que este año no quiere estudiar, que se quiere tomar un año sabático para «descansar de todo el estrés del año pasado por la pandemia», y dentro de ese planteamiento les ha informado que tampoco va a trabajar, quiere dedicarse un año completo a descansar.
El vocablo sabático proviene del hebreo «shabbat» que significa día de descanso. De aquí surge la palabra sábado. Por tanto, la idea del shabbat es la suspensión de una actividad laboral, un tiempo de reposo.
El término «año sabático» es muy empleado en muchas universidades alrededor del mundo en el cual los catedráticos, luego de siete años de actividad docente, se toman un año, con goce de sueldo, sin dar clases. Pero ese año se emplea para tomar un curso de especialización, escribir un libro, hacer investigación científica, viajar a lugares de exploración del conocimiento, etcétera. O sea, no es un año de holganza y pereza, como lo está planteando el hijo de las personas que me llamaron.
Además, es importante plantear que, en el mundo moderno (no en el planteamiento hebreo de hace más de 2,000 años), el año sabático hay que ganarlo, es decir, hay que hacer méritos para obtenerlo, y al final de ese año hay que entregar un producto estético o científico que permita enriquecer el pensamiento humano y con esto el avance del conocimiento.
Siendo como somos, una sociedad pobre, culturalmente atrasada, científicamente estancada, académicamente deficientes, ¿se puede permitir que un adolescente que está por cumplir los 17 años, que además se graduó con calificaciones que no fueron sobresalientes, tenga un año sabático? ¿Cuál sería el beneficio psicológico para ese adolescente?
Con mucha seguridad, si ese adolescente permanece un año sin hacer nada, se vuelve totalmente improductivo; entonces desaparecerían indicios de responsabilidad, se fomentaría la haraganería. No se consolidarían planes de vida a mediano y largo plazo. Su personalidad no alcanzaría la madurez necesaria para encarar apropiadamente las exigencias de la inmediata juventud, seguiría siendo psicológicamente dependiente y su carácter no alcanzaría la energía necesaria para encarar y superar los problemas inherentes a la adultez.
Muy probablemente tendría la tendencia al acomodamiento tan marcado que ante las dificultades que enfrente cuando haya que ir a la universidad y al trabajo, lo primero que hará será salir corriendo, huyendo y refugiándose en excusas y pretextos irreales. No podrá encarar de manera saludable las presiones naturales del estrés de la vida, por lo que constantemente experimentará insatisfacciones consigo mismo y su entorno.
Estudiar, trabajar, asumir responsabilidades moldean la personalidad, hacen que se valoren los privilegios que la familia y/o la vida ofrecen, se comprenden con una mejor visión de vida y con una mayor inteligencia emocional los obstáculos propios de la existencia humana.
Además, en todos los ámbitos de la vida hay que competir, por lo que dejar pasar un año sin hacer nada es perder un tiempo valioso sin podernos preparar para esas competencias. No hay que olvidar que «el tiempo perdido hasta los santos lo lloran».
No hay que permitir que se pierda el tiempo, porque el tiempo es vida y la vida es tiempo.