La colonia Zacamil, conocida coloquialmente como la «gran manzana», es un lugar que a muchos les trae recuerdos o es muy familiar.
Ya sea porque ahí crecieron y vivieron su infancia o adolescencia, o porque sigue siendo en la actualidad uno de los principales puntos urbanos del Gran San Salvador.
Es ahí donde coexisten miles de familias, con diferentes necesidades, aspiraciones y sueños, mancillados por años de desinterés, apatía y exclusión, pero que hoy avanzan rumbo a ser una realidad.
Recuerdo que, en más de algún momento en mi carrera periodística y profesional, visité esta y otras comunidades aledañas.
Hablar con la gente, comprender su día a día e interpretar sus vivencias siempre me cautivó, por lo que me queda claro que lo que vi el jueves pasado junto al presidente Nayib Bukele solo se puede explicar como un capítulo más del apoyo espontáneo a su gobernante, porque los salvadoreños de los famosos «edificios 400» y las zonas aledañas son gente luchadora, valiosa y que siempre ve hacia adelante para lograr por fin su desarrollo.
Esto es lo opuesto a maniobras orquestadas y a «baños de pueblo» forzados, como los que se daban los expresidentes (prófugos) Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, que llenaban anfiteatros con bases efemelenistas acarreadas o con burdas puestas en escena como el Festival del Buen Vivir o Gobernando con la Gente, donde pretendían acercarse a la ciudadanía pero en realidad vendían una visión distorsionada de la realidad y cambios que solo estaban en las mentes de esos círculos políticos fallidos, mientras el pueblo clamaba soluciones.
He aquí la gran diferencia con el presidente Bukele, un fenómeno político que con el paso del tiempo se consolida, pese a constantes expresiones orquestadas por una minoría de la oposición que sigue con su modo pruebaerror de protestas o tomas de calle, carentes de legitimidad y que van en la ruta incorrecta, porque son las grandes mayorías las que quieren desarrollo, bienestar social y oportunidades.
Acá lo que quieren es llamar la atención de la comunidad internacional, crear un caos ante el resto de los países del mundo y conseguir dinero fresco con sus organizaciones de fachada, que se venden como instancias de defensa de la «sociedad civil», cuando la mayoría del pueblo lo que quiere todos los días es salir adelante.
Eso está claro: han creado una «dictatura» que solo está en sus mentes retorcidas, egoístas y arcaicas. Volviendo a lo positivo, ese afán se reflejó en las miradas felices y amenas de madres que, abrazadas con sus hijos, hoy ven que el futuro pinta diferente en los centros urbanos de bienestar y oportunidades (CUBO), porque la Zacamil por fin está dejando de ser una colonia estigmatizada y estereotipada y donde el deporte, las artes y la cultura, entre otras herramientas, son sinónimo de inclusión y buen porvenir.
La diferencia, sin duda, está en los hechos y en cómo vitoreaba la gente al presidente Bukele, con carteles, selfis, abrazos y bendiciones para él y El Salvador. «Usted es lo mejor que le pudo pasar a este país, porque construye y ve hacia adelante», le dijo una anciana radiante de felicidad a su gobernante.
Muy revelador. Esa cercanía, junto con las obras reales, son parte de un estilo de gobernar auténtico y transparente, que demuestra que la política sí es servicio y no un juego de oscuros intereses, maletines y agendas particulares.
Nunca más volveremos a eso, por más que rebuznen y se escandalicen los que hacen de la protesta y de la manifestación el arte del engaño y la manipulación para sus grupúsculos interesados. Eso ya desapareció. ¡Adelante, El Salvador!