Ara Malikian demostró ante el público, reunido en el Teatro Presidente, que su propuesta de arte va más lejos que la impresionante ejecución de su instrumento. El famoso violinista libanés de ascendencia armenia compartió una obra conceptual que está llena de una mezcla cultural de ritmos, melodías, movimientos histriónicos y anécdotas que dieron vida a cada pieza, en compañía de la calidad de cuatro músicos cubanos que forman parte de su banda para esta gira por Latinoamérica.
Puntual, corrían unos minutos después de las 8:30 p. m. cuando las luces del escenario se apagaron para dar paso a una delicada y suave melodía que provenía de las cuerdas del violín de Ara. Entonces, una luz cenital comenzó a bañar su figura al centro de la tarima y poco a poco la intensidad de su ejecución pasó a convertirse en un torbellino musical muy cercano al jazz, pero con colores de otros sonidos del mundo, entre ellos los africanos, europeos y asiáticos. En definitiva, no era la manera tradicional de tocar a la que los salvadoreños están acostumbrados, era la actuación de un artista de raíces africanas que ha forjado un estilo propio que le ha permitido viajar por todo el planeta durante décadas.
Por esos y otros motivos más apegados a la historia de vida del artista, el show que los asistentes presenciaron en el Teatro Presidente era una puesta en escena única que mantuvo al público atento a cada sonido, cada ejecución y a los peculiares movimientos de brazos, manos y dedos del libanés, que no se sabía en qué momento cambiarían de velocidad para mantener la armonía con el piano, el contrabajo, la guitarra, la batería o percusiones de sus compañeros artistas. Malikian saltaba, bailaba y se lanzaba al suelo sin dejar de toca una sola nota de su violín, gracias a su talento y buen estado físico.
«Teníamos tantos deseos de estar acá, en El Salvador, que vamos a tocar unas 28 horas y 33 minutos, hasta que se nos caigan los brazos. Así que ustedes administren bien su tiempo, pueden salir a comer algo o tomar una copa, mientras nosotros estaremos aquí haciendo lo único que sabemos hacer, tocar», dijo Ara Malikian, con sentido del humor y en un perfecto español.
Durante aproximadamente dos horas de espectáculo, el violinista fue compartiendo la historia detrás de cada canción. Contó cómo fue su dura infancia y cuándo viajó a Alemania en busca de una beca para estudiar música, que finalmente lo llevó a Cuba, en donde conoció a sus amigos y eternos integrantes de su banda. También recordó que la pandemia afectó a todos en el mundo, pero que el estar encerrado le permitió compartir momentos importantes con su hijo, a quien dedica varios temas de su repertorio, como «Calamar Robot», porque su pequeño, aficionado a los calamares y los robots, quería saber cómo sonaría una especie de ese tipo.
Además, el espectáculo le dio tiempo para compartir la pieza que creó para sus hermanas, a quiénes, según él, no les gustó para nada la composición y le prohibieron tocarla en sus conciertos. De esa manera, la presentación tuvo momentos de comedia de inicio a fin, hasta cuando tuvo que hacer una última confesión: «disculpen porque a lo largo del concierto he explicado muchas historias y, algunas, quizás las he tuneado un poco. No quiero decir que sean mentira, pero claro está, he dicho que tocaríamos 28 horas y el portero del teatro ha recibido un WhatsApp de su mujer que le dice que ya es tarde y tiene que irse a casa».