El agrio olor que expele Tote puede inundar una habitación completa. Es tan penetrante, que traspasa con facilidad las obligadas mascarillas en tiempos de pandemia.
Así como es de intenso su olor, así es su personalidad: habla con vehemencia, sorprende con gestos, su lengua es un derroche de anécdotas de cada país visitado, su incursión a la selva, al desierto del Sahara, al Himalaya, aunque nada supera las dolorosas historias que le han marcado -y que comparte- al saber cómo viven miles de niños alrededor del mundo.
Y sumado a todo ello está su apariencia, un cuerpo quemado por el sol y el frío con una vestimenta siempre igual, entre negra y gris, colores que ocultan muy bien los años que ha sido usada: botines altos de tela, un pantalón al estilo «comando», una camiseta (o franela, como le llama él) que deja al descubierto unos tatuajes, una bufanda con una especie de camuflaje negro y gris, y una boina café.
Como complemento, cuatro piercings en el lóbulo izquierdo, anillos y un brazalete de plata en su mano derecha y, sobre el pecho, una cruz de Agadez (o cruz del sur con los cuatro puntos cardinales) la más conocida de las 21 cruces Níger, que el pueblo Tuareg usa en el desierto del Sahara.
«¡Yo tengo la misma ropa siempre!», expresa Tote y basta con observar las fotos de su álbum para comprobar que es así. Es como un retrato viviente, donde solo cambian las personas que lo acompañan o la locación, puede ser en medio del verdor de una selva, las calles iluminadas en la populosa Taiwán, el color tierra de montañas (sin árboles) o un grupo de edificios de alguna ciudad rusa.
«Yo salí en 1982 (de Venezuela) […] en ese tiempo no existían las mochilas. Yo salí con dos bolsas de plástico grandes y mi bicicleta, y me fui a Nueva York. Encontré trabajo con mi bicicleta, como “courier”. Después me fui a Europa, en el 89. En fin, en fin, en fin, me casé en España; en fin, en fin, en fin, me divorcié en España. En fin, en fin, en fin, recorrí Europa. Llegué a Italia. Hice trabajos varios. En Madrid trabajaba de “courier”, pero no como el actual. El de hace 30 años era muy diferente. Estuve en Tenerife, en el turismo. Ahí empecé a hablar idiomas, empecé a hablar italiano. Después, por cosas del destino, empecé a trabajar en el vidrio, en Roma. Y empecé algo propio. Esto es un espejo y un vidrio, ¿no? Este es mi trabajo ya, como artista de verdad».
Y fue gracias a lo aprendido en Roma, sumado a ese «germen humanitario» -que no sabe explicar si es destino- que toda su vida cambió de un momento a otro; dejó todo atrás y se entregó por completo a alegrar a los niños a través de su arte. «Lo que hago es un mensaje humanitario, transmitir, de tal forma, que lo que hago nadie lo hace. Yo fui elegido por lo que sea, no lo sé», dice.
Para sobrevivir, Tote asegura que se ha convertido en un salvaje: duerme donde puede, come lo que puede y admite que le gusta hacer ejercicio para mantenerse en forma. Gusta de los lugares abiertos, con abundante naturaleza. En las ciudades se considera un náufrago, en medio de muchas personas, pero siempre solo.
Con los años que trabajó con su bicicleta, aprendió que era el mejor medio para transportarse. Así recorrió buena parte de los 80 países en su travesía y cuando decidió que Latinoamérica sería su última porción del mundo a visitar, en Guatemala, le robaron su bicicleta.
«Yo soy un salvaje, vivo en la selva. Antes yo no trabajaba con esto. En África yo no estaba con esto (el teléfono)», «tengo varios cuadros en el museo de Tailandia, en Zacatecas», «¿zapatos?, solo estos», «eso es subjetivo (lo que se ve en los cuadros que pinta), puede ser paisaje, un suelo y un cielo. Un tipo con mochila, ya anciano, la luz en el cielo», «¿pantalones?, este solo…»
Las historias de Tote no parecen tener fin.
PARA GUIAR SU CAMINO
En su viaje al Sahara, Tote convivió con los Tuareg de quienes conoció las cruces del sur. Una que atesora y que siempre usa es la de Agadez.
La cruz contiene los puntos cardinales y tiene labrados diferentes símbolos de la cultura Tuareg. Quienes la portan, la usan como guía en el desierto.
El artista callejero la ha hecho suya, mientras sigue recorriendo el mundo.