Hablar de don Agustín Arturo Liévano Orellana en Zacatecoluca es hablar de un gran maestro. Nació en el barrio El Calvario, en diciembre de 1944. Su infancia fue muy feliz al lado de sus hermanos mayores y sus padres, nos señala su hijo, Ítalo Liévano, también abogado de la república. Fue el quinto hijo de María Elisa Orellana y unigénito de Agustín Liévano Idiáquez, ambos de grata recordación. Sus estudios iniciales los hizo en el grupo escolar José Simeón Cañas y el bachillerato, en el Instituto Nacional José Simeón Cañas.
Hizo sus estudios y se graduó como docente de especialidad en el idioma español, en la Escuela Normal Alberto Masferrer. Ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador en 1972, se graduó en 1980 como licenciado en Ciencias Jurídicas, debido a los constantes cierres que hicieron en la UES.
Se casó con la también maestra Margarita Hernández de Liévano el 10 de febrero de 1968, con 23 años. Fijaron su primera residencia matrimonial allá por el triángulo Isidro Menéndez, en lo que era el final de la ciudad de Zacatecoluca en aquella época. Dieron vida a Indira, Francesca e Ítalo.
Ejerció la docencia en la escuela del cantón Las Tablas, al sur de Zacatecoluca. Luego dio clases en el Instituto Sarbelio Navarrete de San Vicente. Posteriormente dio clases en el Instituto de San Marcos. En 1983 fue nombrado director del Intecza, hoy ITCA-Fepade. Negoció con la familia Rengifo la venta del terreno que hoy ocupa el ITCA y gestionó las primeras inversiones en el diseño del actual edificio. Su incursión en la política lo hizo de la mano del Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 1985, fue electo como diputado propietario por La Paz. Al salir de la legislatura, desarrolló aún más su oficina jurídica, ubicada en la avenida Juan Manuel Rodríguez, del barrio El Calvario. Ítalo Liévano nos dijo adiós el 4 de noviembre de 2019. Cuando se menciona el nombre de Agustín Arturo Liévano Orellana se dice con el corazón por las presentes generaciones viroleñas.
En el afán de dar a conocer su obra narrativa literaria, nos esmeraremos en divulgar parte de su gran obra. Acá el inicio: la iglesia parroquial de Santa Lucía.
«La historia religiosa de nuestra ciudad, por mucho tiempo, se escondió tras las tres torres del frontispicio de nuestra Iglesia parroquial de Santa Lucía.
Numerosos albañiles, hojalateros, carpinteros, herreros edificaron dichas torres con base en pilares de concreto, madera, láminas y pinturas, así es como se edificó la vieja portada de la iglesia en mención. En el interior de esa estructura existían gruesos tensores de alambres de acero.
En la torre del rumbo sur se ubicaba el campanario, últimamente antes de su demolición; a la mitad del cuerpo de la torre central se localizaba un reloj con un diámetro de 100 centímetros. Daba gusto escuchar sus campanadas anunciando las 3 de la mañana.
Era la hora para levantarnos, ir al excusado y bañarnos, cambiarnos ropa e irnos al punto de buses, donde a las 4 de la mañana tomaríamos la camioneta que nos llevaba a San Salvador.
En la cúspide de la torre central, una cruz oteaba el horizonte cargado de auroras y rocío.
A los lados de dicha torre central, se encontraban las imágenes de san Pedro, quien tenía una enorme llave de hierro en su mano derecha, del otro lado estaba san Pablo.
Vista actual de Catedral de Zacatecoluca
El tiempo pasó, al principio de los años de la década de los sesenta, comenzó la demolición de tal iglesia parroquial, para dar paso a la nueva que se yergue a 60 metros del nivel del suelo, del atrio.
Fue toda una hazaña, observar cómo la vieja iglesia se iba quedando desnuda, sin madera y láminas. El maestro Pedro Doño dirigió esa operación, con mucho cuidado se bajó el reloj y las imágenes de Pedro y Pablo. La señorita Cayetana Minero tomó, con sentimiento espiritual, la llave de san Pedro. No menos de 500 viroleños observaron el desmantelamiento de la iglesia antigua, de la parroquia de Santa Lucía.
Diseño de fachada de la Catedral de Zacatecoluca