Recuerdo un acontecimiento en la época de mi juventud, embaucado, como otros cientos de jóvenes, por los movimientos revolucionarios que en ese entonces estaban en auge, que prometían un futuro mejor y más justo luego de tomado el poder y finalizada la guerra.
El hecho es que una noche fuimos con un vecino a pegar propaganda subversiva en algunos lugares estratégicos de nuestra comunidad. Luego, ya estando en esa actividad, tuve un extraño presentimiento. Le dije a mi amigo que mejor nos fuéramos y él accedió. Al día siguiente alguien cercano a mi familia me contó que desde su ventana vio que a escasos 5 minutos de que nosotros dejamos el lugar llegó una pareja de guardias nacionales, quienes, luego de romper los volantes que habíamos colocado, intentaron encontrarnos siguiendo las huellas que habíamos ido dejando.
Esa misma persona, luego de contarme lo sucedido, me sugirió que ya no siguiera en eso, porque estaba corriendo demasiado peligro. Al parecer ya se había dado cuenta de que había orden de matar a todo aquel que simpatizara con ese tipo de organizaciones. Desde ese entonces, de vez en cuando se me viene a la mente el pensamiento de que la diferencia para nosotros entre la vida y la muerte solo fue cosa de 5 minutos.
La verdad, no me importaría haberme expuesto a ser asesinado esa noche por la Guardia Nacional. Y digo no me importaría si no fuera porque en uno de los afiches que pegamos esa noche estaba la foto de Ana Guadalupe Martínez vestida con su atuendo guerrillero y a la que muchos jóvenes de la época veíamos como ícono y ejemplo.
Sin embargo, como la mayoría de los dirigentes de esa guerrilla que inspiró a propios y extraños, ella también acabó traicionando sus principios, principalmente como integrante del Partido Demócrata Cristiano en su período más oscuro. Me refiero al PDC de los últimos tiempos, manchado por la corrupción, liderado por el indecente y odiado seudodemócrata Rodolfo Párker y alineado a los nefastos y decadentes ARENA y FMLN. Un partido, amado una vez por medio mundo, que fue creado con una visión humanista y no para estar pegado como apéndice de quienes no tienen ni pizca de eso. Además de que fue una cercanía que la población terminó resintiendo, dejándolo en la última elección con una mínima representación tanto en lo legislativo como en lo municipal.
Bajo la dirección de Rodolfo Párker, este perdió su rumbo y su esencia, donde, al parecer, se vendían los votos a buen precio a cambio de una «gobernabilidad», con la complicidad, desde luego, del resto de su directorio.
He oído últimamente que el PDC se está reestructurando y que, además, ha decidido expulsar a esos malos dirigentes que tanto daño le han hecho al beneficiarse de forma personal, al manchar su buen nombre y tenerlo prácticamente secuestrado.
Pienso que el expresidente Duarte por fin podrá descansar en paz, viendo que su amadísimo partido, por medio del cual tuvo el privilegio y el honor de conducir a esta laboriosa nación, por fin ha retomado la senda de la democracia y, lo más importante, jamás volverá a estar alineado con quienes una vez lo torturaron y lo expulsaron de su querido terruño.