Desde que fue creado en 2009, el bitcóin ha sido bautizado como el oro 2.0 por muchos de sus promotores. He escuchado ese calificativo en las entrevistas que hago a bitcoineros que llegan al país.
La comparación viene por el hecho de que, de la misma manera que el oro obtuvo un valor universal por ser escaso, intercambiable e indivisible, el bitcóin ha logrado un valor universal por ser un activo digital que comparte esas características, pero que además agrega un factor importante: su producción está limitada a 21 millones de unidades.
La escasez y descentralización hacen que este criptoactivo se posicione como un dinero que está protegido contra la inflación y devaluación, porque no permite que los gobiernos y bancos centrales intervengan en su funcionamiento.
En este escenario también es común que lo nombren como el dinero fuerte o, como lo llaman en inglés, «hard money».
Pero ¿qué es el dinero fuerte? Entendí con más claridad este concepto cuando conversé con Saifedean Ammous, un economista palestino que desde hace varios años se ha dedicado a estudiar el impacto del bitcóin en los ecosistemas modernos y a compartir sus hallazgos en publicaciones como «The Bitcoin Standard».
Ammous, como muchos otros promotores de la criptomoneda, llegó a El Salvador motivado por el ecosistema de activos digitales que se creó en el país a partir de la aprobación de la Ley Bitcóin.
En el desarrollo de la entrevista me explicó que el dinero fuerte es aquel que es difícil de producir, lo que lo vuelve el más resistente a la inflación o a la degradación, porque nadie puede aumentar su oferta fácilmente; su contraparte, el dinero fácil o «soft money», es algo cuya producción es sencilla, lo que significa que su suministro se puede aumentar rápidamente, casi infinitamente, lo que conduce a la erosión del poder adquisitivo (inflación).
Para comprenderlo mejor solo basta imaginar cuán complicado es extraer oro y bitcóin versus la facilidad que tienen los gobiernos para imprimir dinero en papel o el dinero fiduciario.
La minería de oro es claramente un trabajo difícil, y en el caso del bitcóin, desde sus inicios fue programado para tener aumentos exponenciales de dificultad en la minería para la emisión monetaria y con incentivos decrecientes cada cuatro años, mediante un proceso conocido como «halving».
Esa dificultad permite llamarle dinero fuerte y, por lo tanto, es algo que, al guardarlo, en lugar de depreciarse tenderá a subir de precio con el tiempo; por el contrario, tener dinero fiduciario en el banco suele representar pérdidas, porque mucho de ello ya ni siquiera está respaldado en oro.
Según Ammous, el dólar estadounidense se devalúa un promedio de 7 % anualmente, es decir, el dinero que se tiene guardado en el banco cada año vale menos por el efecto inflacionario; el bitcóin, por el contrario, ha crecido exponencialmente a medida que ha aumentado su demanda, pasando de $0 en 2009 a $68,000 en 2021.
Si bien es cierto que dicha criptomoneda ha sufrido una caída desde el año pasado, lo cual se debe a la crisis internacional en la que muchos inversionistas decidieron mover su capital hacia activos más tradicionales (industria de armas, vacunas, entre otras), esto no limita el crecimiento de la criptomoneda en el futuro, asegura el bitcoinero.
Es una certeza matemática. Si hay más demanda y menos oferta (un límite, como los 21 millones de bitcóin) en un activo, hay más subidas en los mercados. Esto quiere decir que si más personas, no solo los grandes inversionistas, comienzan a adquirir bitcóin (lo cual ya está ocurriendo) y se logra lo que denominan «hiperbitcoinización», el precio tenderá a incrementar considerablemente y se estabilizará al alza.
En ese sentido, para Saifedean, el mejor camino para que los salvadoreños mejoremos nuestra perspectiva financiera hacia el futuro es ver el bitcóin como un activo de refugio o un activo de reserva, y comenzar a comprar poco a poco y guardarlo en nuestras billeteras digitales.