Con más de 20 años de trayectoria artística y de ser una de las bandas más icónicas del rock en El Salvador, «Boneyard» tuvo un reencuentro con sus raíces este pasado mes de febrero, cuando ofrecieron una noche llena de música en Botanik Republik, marcando un regreso a escenarios salvadoreños.
Sin embargo, el regreso de Boneyard en los últimos años, tras casi dos décadas de silencio, también ha significado la consolidación de una agrupación que ha encontrado un punto de madurez en su música, dándoles un nuevo aire en su estilo y la posibilidad de demostrar que la «Old School» del rock en El Salvador sigue más viva que nunca.
Una banda surgida de sueños y anhelos de juventud
Diego Muyshondt, baterista de Boneyard, recuerda que la banda surgió como una iniciativa de jóvenes que aún se encontraban estudiando en colegios, una tendencia bastante marcada en muchas de las agrupaciones que, en la década de los 90, vivieron una de las épocas más maravillosas para la música salvadoreña, en especial para el rock.
«Boneyard empezó, como casi todos, una inquietud de compañeros de colegio y amigos cercanos. Comenzó como una banda de covers, tocando en diferentes lugares, siempre con covers en inglés, basados en la influencia del rock en inglés. A medida fuimos madurando en la banda comenzamos a escribir nuestras propias canciones y, de ahí, grabamos con la disquera Primera Generación, en Guatemala», recuerda.
«Ahí fue cuando nos pidieron cambiar el nombre de Boneyard a algo en español. Como no se nos ocurría nada, terminó en Jardín de Huesos, que es la traducción literal. La banda siguió por más o menos 10 años, sacamos algunas canciones y unos LP’s. Pero, luego, por cosas de la vida, dejamos de tocar, el grupo frenó su participación por un tiempo», agrega.

Un silencio prolongado
Ese período de silencio, el cual se extendió por casi dos décadas, finalizó cuando recibieron la invitación a una presentación diseñada para revivir viejas épocas. Así fue como, lo que empezó como un regreso temporal, ha terminado en un retorno total a los escenarios, con la misma energía y deseo por hacer música que en sus mejores épocas.
«Desaparecimos por 18 años y, gracias a una inquietud de unos amigos, hicieron un concierto al cual nos invitaron. Nos reunimos específicamente para ese concierto, sin estar pensando en algún regreso o algo por el estilo. Resultó que, después de ese concierto, Jardín de Huesos tomó la decisión de volver», detalla el batero de la banda.
«Ahora, lo hacemos por satisfacción propia, por placer personal. Desde nuestros inicios, siempre se nos ha hecho más fácil escribir en inglés, así que, ahora, hemos decidido retomar el nombre original de la banda: Boneyard. Nos mantenemos fieles a nuestras raíces, que es lo que nos gusta», añade.
La década de los 90: una era dorada para Boneyard y el rock salvadoreño
Parte de la historia de Boneyard se escribió en la década de los 90, época en la que muchas bandas tuvieron un punto de inflexión ascendente, llevando al rock nacional a una posición privilegiada, en unos años donde también otros géneros tuvieron un resurgir y experimentaron una época dorada para los artistas salvadoreños.
«En la década de los 90 hubo una época de oro para el rock nacional. Era gratificante presentarse en sitios donde la gente exigía música original de las bandas, no querían escuchar covers. En esas épocas salió mucho talento increíble, con propuestas completamente nacionales. Era un momento donde la música funcionaba como un desahogo social y eso hizo que se tuviera un auge del talento nacional. Lo de esa época fue muy especial, muy propio», explica.
En esos años, uno de los escenarios que se convirtió en la casa de la música en El Salvador fue «La Luna Casa y Arte», ubicado en San Salvador, y el cual se convirtió en el corazón musical de la tierra cuscatleca, abriendo espacios para que artistas nacionales mostraran sus propias composiciones y marcando a toda una generación.

«La Luna siempre fue como una casa. Era especial por la forma en como nos acogían a los artistas nacionales, en como apoyaban tanto a las bandas. No ponían prejuicio al género. Apoyaba a todos por igual. Siempre abrieron sus puertas para que presentáramos nuestras propuestas originales», destaca.
Un regreso a los escenarios salvadoreños
Ahora, más de tres décadas después de aquellos dorados 90, Muyshondt considera que es poco probable que exista un resurgir de la música salvadoreña como el experimentado en ese período. Sin embargo, asegura tener optimismo de cara al futuro para los artistas locales.
«No creo que se vuelva a repetir algo igual. Ahora, la música ha cambiado mucho y eso hace que se tenga un contexto diferente. Se tienen buenas propuestas y hay mucho talento. Pero lo que vivimos en la década de los 90 es difícil que vuelve a repetirse», explica.

En ese sentido, el baterista señala que es importante destacar cómo bandas, al igual que Boneyard, han permanecido presentes en el gusto del público salvadoreño, pese a que las generaciones van pasando y los tiempos ya no son como en las épocas donde tuvieron su punto más alto.
«El secreto y la clave de Boneyard siempre ha sido hacer música por nosotros, para nosotros, que nos gustan a nosotros, que nos hacen felices a nosotros. Nunca lo hemos hecho pensando en que pegue en la radio ni nada por el estilo. Creo que eso hace que nuestra música sea más orgánica y honesta», detalla.
Finalmente, sobre su regreso a los escenarios, en específico en El Salvador, Muyshondt explica que «siempre es una cosa muy satisfactoria, porque nos encanta componer música, escribir cosas y todo eso, pero nada se compara con el feeling de tocar en un escenario, de estar en vivo».