Quiero confesarte que me encanta el café. Todos los días mi tacita no falta por las mañanas ni a las reglamentarias 3 de la tarde.
Siempre he creído que el café para los salvadoreños es también parte de su identidad, y, sobre todo también he comprobado que tomando café hacemos buenos amigos.
Hace días, por mi cabeza rondaba la inquietud de ir a la parte oriental del país y, además de conocer sus paradisíacos lugares, quería vivir por mi propia cuenta la experiencia de su café.
Así que, una vez más, agarré mi mochila, me puse mis botas y emprendí ruta hacia Usulután, específicamente a la Finca San Rafael, en Alegría. Mi tiempo de llegada fue aproximadamente de 2 horas y media partiendo desde San Salvador.
Mi primera impresión fue respirar un aire además de fresco, muy puro y sin pensarlo dos veces, dije que sí a esa taza de café que me ofrecieron.
Al llegar a mi destino elegí un café Pacamara preparado con el método Chemex. Fue todo un espectáculo ver cómo lo preparaban frente a mis ojos, el aroma te envuelve y es imposible no emocionarse con ese primer sorbo. Me sentí toda una catadora distinguiendo su equilibrada acidez y sus sabores achocolatados, el barista me explicó que eso se debe a que mucha de su influencia proviene del cacao.
Además, aprendí que el café es uno de los mayores productos de exportación y es por ello que también es conocido como el grano de oro. Luego, tuve la oportunidad de caminar por los senderos de la finca y me explicaron cómo se hace el cultivo, me mostraron que la semilla de la fruta del Pacamara es un poco más grande que la del Borbón y que esa es una de sus principales diferencias y, mientras tanto, el Borbón es una de las plantas más antiguas que tiene el país.
El café Pacamara se genera a través de una transformación genética del Borbón. También, me comentaron que el café Pacamara es un tipo de café que no solo es uno de los más consumidos, sino que fue creado en el país y se exporta a países como Japón.
Automáticamente, mientras escuchaba estos relatos, me invade una sensación de orgullo y sin duda alguna, el recorrido por la finca fue la cereza del pastel.
Mi viaje fue muy enriquecedor, pues aprendí que en tema de café no solo puedo conocer Berlín, sino también la zona occidente con Apaneca, Ataco, Juayúa y sin falta están en mi siguiente destino por explorar. Al despedirme del lugar, continué con mi ruta por la zona y para poder descansar me hospedé en el Hostal Casa Mía en donde también pude apreciar el arte del café y comerme una quesadilla bien calientita. ¡Todo un deleite!