Hace 10,000 años dejamos de ser nómadas y nos volvimos seres sedentarios con la agricultura y el desarrollo de la sociedad civilizada, pero fue hace 250,000 años que el hombre comenzó a dejar sus primeros registros sobre la Tierra y evolucionó durante todo ese tiempo, lapso en el que eran pueblos nómadas de recolectores y cazadores. La tierra bajo sus pies era su hogar, lograron entablar una simbiosis con la naturaleza que poco se logra vislumbrar en otros momentos de la historia, la coexistencia con las especies animales, las plantas y el clima. Lo que se quitaba de la naturaleza se devolvía.
Incluso otras especies salvajes se acercaron a los humanos para convivir en una relación cooperativa que se transformó en un vínculo, como sucedió con los lobos, los felinos pequeños y las aves rapaces. Esa remembranza del tiempo y nuestra conexión con el mundo natural perdió cohesión con el pasar de los milenios; así también, exploramos los límites físicos de nuestro planeta y el 24 de diciembre de 1968 los astronautas del Apolo 8 fotografiaron la Tierra por primera vez desde el espacio, una esfera azul flotando en una oscuridad abrumante.
Fue hasta ese entonces que, al ver la Tierra tan vulnerable, tan frágil y delicada, surgió la duda: ¿podríamos perderla? Así nos dimos cuenta de que dependemos tanto del único lugar habitable para la vida en el universo explorado, tanto como ese lugar depende de que nosotros no lo destruyamos.
Se dice que somos la última generación que puede revertir los estragos hechos por la humanidad en el medioambiente, antes de que el daño sea irreparable. Sin embargo, pareciera que la agenda mundial tiene otras prioridades y las consecuencias quizá no las lleguemos a enfrentar nosotros directamente, pero sí nuestra descendencia.
Con el tiempo aprendimos a defendernos hasta el punto de llevar esa defensa de manera natural en el instinto, sabemos que el fuego quema, que el frío lastima y así también deberíamos saber que nuestra poca educación y cultura sobre la preservación ambiental nos llevará al peligro. Soy de esos que les da mucho coraje ver a una persona arrojar basura en la calle; también soy de los que la recoge y la pone en su lugar e intento todos los días transmitir ese hábito tan básico de portar una bolsa para la basura que genero, hasta llevarla donde pertenece.
Todos los días se suman nuevas personas a esta conciencia colectiva en una carrera contra reloj por proteger lo que nos queda. En nuestro país, los ecosistemas son muy frágiles, incluso los urbanos, y lo vemos todas las épocas lluviosas con grandes inundaciones por la carga abismal de basura en las alcantarillas y drenajes.
En el Día de la Tierra reflexionemos sobre cómo nuestras acciones personales suman o restan en la lucha por darle más tiempo a la vida que nos rodea, a la que nos nutre y nos da el sustento, a la que no espera nada de nadie, solo que se respete y se le permita vivir.
Cuidemos nuestro planeta, no hay otro lugar donde ir.