«El cisma en el cuerpo social humano… como criterio para conocer la desintegración de una civilización constituye una experiencia colectiva y, por ende, superficial… Su sentido reside en el hecho en que es el signo exterior visible de una grieta espiritual interna y esa grieta espiritual se abre en el alma de los hombres, pues solo el alma puede ser sujeto y autor respectivamente».
Este párrafo me lo encontré en una obra del historiador inglés Arnold Toynbee «Estudio de la historia» (tomo V, edición de 1957. Emecé Editores, S. A., Buenos Aires, pág. 385).
Me subyugó el tema y el abordaje hisórico que hace de ello y en especial por su similitud con los sucesos hoy en día. Tal vez no lo sentimos con gran impacto porque somos un estado periférico de los centros de poder mundial. Las manifestaciones de estas civilizaciones, registradas en la historia de los imperios asirios, griegos, romanos, presentan esa grieta social colectiva e individual y ofrecen variadas manifestaciones y formas porque surgen en la conducta, los sentimientos y la vida.
Es decir, se nos presenta en los valores y principios fundamentales de convivencia e incluyen: la relación del grupo familiar, las relaciones diarias en nuestros centros de trabajo, las relaciones comerciales, en hábitos de convivencia y de relación con el sistema político, económico y cultural.
La crisis es en el conjunto de la sociedad y derivada de la grieta en el alma individual; considerando a esta como poseedora de los sentimientos y pensamientos de cada ser humano.
En estos períodos las manifestaciones más oscuras del ser humano se reflejan en los hechos de la vida colectiva. Todas las facetas de la actividad humana se contagian de estos escenarios que se han ido forjando a lo largo de los años. Muchos errores sin corregir en el sistema de justicia crean incertidumbre, impunidad, desobediencia y apatía. El comercio está infestado de malas prácticas que suprimieron el valor del honor y la palabra como garantía, se institucionaliza el engaño, la sobreexplotación. En la vida política, la mentira, el desenfreno, la soberbia, la corrupción, el amaño crean una visión de suciedad, corrupción, desprecio y apatía de los ciudadanos, origen del Estado.
Y ese tamiz social es proyectado hacia los nuevos ciudadanos y fortalece los hábitos y costumbre del conglomerado social que es partícipe, hacedor y receptor de esa crisis del alma de los hombres.
¿Son estos argumentos válidos también para la actual forma de vida individual y colectiva? ¿Qué hacer para evitar el colapso de nuestra civilización?
Hay dos caminos a seguir, según Toynbee: los pasivos y los activos. Los actores pasivos se abandonan y dejan que la naturaleza de las cosas lo arregle sola: «Dejar hacer, dejar pasar», «En el camino se arreglan las cargas». La otra forma, la activa, la guerrera, es tomar una acción protagónica en el alma de cada uno de nosotros y ponerse a trabajar sobre lo único que podemos hacer, corregir en nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, actitudes y acciones que profundizan la grieta. Esta acción individual terminará por imponerse en el alma colectiva.
En conclusión: es necesario actuar e impulsar un renacimiento de principios y valores renovados y adecuados a nuestra realidad, en una nueva forma de convivencia armónica que vaya dando forma a la civilización del futuro.