Cada guerra tiene sus características y matices particulares, pero también en todas hay factores comunes. Un ejemplo de esto último pueden ser estas dos secuencias diferentes: ofensiva general, resistencia y contraofensiva, y ofensiva general, poca o nula resistencia y repliegue profundo o simple desbandada.
En el primer caso, el desenlace es incierto y puede ser favorable a cualquiera de los bandos en dependencia a determinados aspectos tácticos y estratégicos. En el segundo caso, la probabilidad más alta es que la ofensiva general se convierta en ofensiva final equivalente a una victoria definitiva.
Otro elemento común es que la victoria definitiva no supone necesariamente, más bien en ningún caso, el aniquilamiento o la neutralización del 100 % de los enemigos. Para conquistar el objetivo estratégico, la victoria, basta con asestar uno o varios golpes tan devastadores que quiebren la voluntad de combate del bando adversario y, en consecuencia, este pierda su cohesión, se desbande en un vano intento de fuga y termine rindiéndose.
En este marco general, consideremos los siguientes datos objetivos de la guerra contra las pandillas que está en curso en nuestro país: casi 21,000 criminales apresados en menos de cinco semanas, con un promedio de entre 500 y 1,000 capturas diarias; ni una sola baja en la Policía o el Ejército, 14 días con cero homicidios… y sumando.
Ante esta situación, la conclusión es lógica e inevitable: la ofensiva general del Estado contra las pandillas se está convirtiendo aceleradamente en una ofensiva final, y esta certeza adquiere mucha más solidez a medida que el presidente Nayib Bukele, comandante general, no cesa de pronunciar después de cada informe de jornada una sola palabra tan decisiva: «Seguimos».
Quedan 26 días de vigencia del régimen de excepción, y el debilitamiento y la consecuente desmoralización del bando criminal se agudizan con cada hora que transcurre, con cada peligroso pandillero que se entrega como un manso corderito a las autoridades.
Hay en todo esto un elemento adicional que es necesario entender: si los criminales no están presentando resistencia no es porque no quieran combatir, insisto, es porque la progresión articulada del Plan Control Territorial los fue colocando en una situación que, aunque quieran, ya no pueden hacerlo.
En suma, y tomando en cuenta su resultado evidente, podemos afirmar sin ningún temor a equivocarnos que el plan constituye una estrategia impecable. Su creador, el presidente Nayib Bukele, y sus aplicadores en el terreno (policías, soldados y Gabinete de Seguridad) merecen el agradecimiento de todo un pueblo.