Los rumores comenzaron a llegarme a principios de 2008. Se trataba de vagas historias sobre algunos hechos espantosos que habrían ocurrido, durante la guerra civil, en el frente paracentral del FMLN. Se hablaba de guerrilleros asesinados por sus propios jefes. Se decía que eran cientos de casos y que aquellas ejecuciones se habían perpetrado con singular crueldad mediante garrotazos y degollamientos.
Lo espeluznante de esas informaciones me puso en guardia y sospeché que se trataba, por lo menos, de una exageración. Sin embargo, decidí iniciar una investigación periodística sobre el asunto.
Los hechos habían sucedido al interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las cinco agrupaciones que conformaban el FMLN, y algunos amigos me contactaron con varios combatientes y jefes de esa organización.
Me dijeron que aquella matanza fue real, que había tenido lugar entre 1986 y 1991, que no había sido la consecuencia de la locura homicida de uno o algunos jefes sino, más bien, una vasta y sistemática operación de contrainteligencia planificada e implementada por la máxima jefatura de las FPL, encabezada por Salvador Sánchez Cerén. «El problema es que se detectó una enorme red de infiltrados del enemigo», me dijeron.
Finalmente viajé muchas veces a la zona de lo que había sido el frente paracentral en los departamentos de San Vicente, La Paz y Usulután, y ahí, en el terreno, en los humildes ranchos campesinos de los antiguos guerreros, escuché en palabras sencillas y directas los testimonios más desgarradores.
A esos veteranos nadie les contó nada: ellos estuvieron en el lugar de los hechos, ellos vieron las ejecuciones, ellos conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos.
Esa gente, que comenzó y terminó la guerra, muchos de ellos militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setenta, habían guardado silencio durante todo este tiempo, y el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone una sombra de dolor en los ojos.
Poco tiempo después de la firma de los Acuerdos de Paz, Salvador Sánchez Cerén se atrevió a llegar a La Sabana, uno de los territorios del paracentral. Allí se reunió lo que quedaba de las FPL en la zona. Cuando quiso tomar la palabra, un campesino ya maduro lo interrumpió y con voz firme dijo: «Antes que nada, yo quiero pedirle una explicación, señor. Díganos por qué mataron ustedes a nuestros hijos combatientes».
Dilio, un guerrillero del paracentral que ahora dirige una de las asociaciones de lisiados de guerra, estaba junto a ese campesino, y me cuenta: «Ese momento fue impactante porque ese compañero dijo en verdad lo que todos nosotros teníamos en la mente. Yo el nombre de ese compa no lo sé, pero sí recuerdo que estaba bien encachimbado, y fue terminando de decir eso y meneó el corvo contra los ladrillos. Al oír el chirrín del corvo, la seguridad de Sánchez Cerén lo rodeó rápido y ahí nomás lo metieron al carro y se fueron».
Allí también estuvo el capitán guerrillero Juan Patojo, quien me dijo: «Es que toda esa gente estaba muy adolorida. Y a los que querían aplacar la cólera de esa gente con pajas yo les dije: “No jodan, si no son perros los que estos malditos mataron”».