Las FPL eran una extensión refleja de las virtudes y los defectos de su fundador y comandante general, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, austeros, abnegados, dogmáticos y sectarios. Eran obreros o habían pasado por un duro proceso de proletarización en su estilo de vida y en su pensamiento.
Vivían en mesones de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y practicaban un ritual disciplinario que tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio. Pero algo comenzó a cambiar cuando los fundadores fueron cayendo en combate. La mayoría de los dirigentes que los relevaron, y de los nuevos militantes, no eran obreros sino maestros y estudiantes de clase media. Muchos de ellos ni siquiera conocían personalmente a Carpio.
La progresiva complejidad de las operaciones guerrilleras requirió de una infraestructura acorde; por ejemplo, una flotilla de automóviles no de lujo pero sí en perfectas condiciones. Y no se podía vivir en mesones miserables y a la vez tener esos autos.
Hacia 1973 los guerrilleros se habían trasladado a residencias de clase media, y era preciso completar con ropa adecuada y otros recursos la cobertura. Solo ese hecho alteraba el estilo de vida de los militantes, y no en beneficio de la austeridad proletaria predicada obsesivamente por Carpio.
Entre los nuevos cuadros, surgidos entre los colaboradores de los dos primeros comandos armados en 1971 y 1972, comenzaron a destacarse la maestra Mélida Anaya Montes y Felipe Peña.
El aparato militar se había construido bajo la conducción y la vigilancia directa de Carpio; pero el instrumento armado, aun siendo el principal, era solo uno de los dos componentes estratégicos de la concepción original de las FPL. El otro instrumento era político: el frente de masas.
Los fundadores lo habían previsto, pero inicialmente se concentraron en la tarea militar. Cuando Felipe Peña, a los 22 años, se convirtió en el segundo al mando en la organización, en 1973, reactualizó la cuestión de la línea política, apoyado por Mélida Anaya Montes.
En ese momento el ERP también daba los primeros pasos para formar su propio frente de masas. Felipe Peña estaba interesado en ese experimento, y discutió con Joaquín Villalobos la conveniencia de construir unidos el frente de masas.
El ERP planteaba un frente amplio en el que participaran, junto a los revolucionarios, los sectores democráticos y progresistas. La tesis de Carpio era distinta: primero la vanguardia marxista-leninista, después la alianza obrero-campesina con hegemonía proletaria, y solo al final los sectores democráticos y progresistas.
Finalmente, Carpio vetó el debate con el ERP. Entre Carpio y Peña había una distancia no solo generacional sino también de estilo y pensamiento.
El marxismo simplificado que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, no tenía nada que ver con el marxismo crítico que Peña, estudiante de Economía, había asimilado junto a Villalobos en los setenta.
La pureza ideológica propugnada por Carpio había creado la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero volvía sectaria a la organización y obstaculizaba su crecimiento. Felipe Peña solucionaría ese problema. Pero eso se los cuento el próximo jueves.