A principios de los años setenta del siglo pasado había en nuestro país dos marcas políticas fuertes: el Partido de Conciliación Nacional (PCN, de derecha y de los militares), y el Partido Demócrata Cristiano (que albergaba a militantes de centro derecha y centro izquierda).
Pero la derecha se fragmentó y le nacieron dos nuevos minipartidos fugaces: el POP y el FUDI. La izquierda también se dividió en dos grandes corrientes centrales: los alzados en armas (que a su vez se subdividieron en cuatro agrupamientos diferentes: FPL, ERP, RN y PRTC, y los que optaron por la vía electoral: dos minipartidos, UDN, comunista, y MNR, socialdemócrata.
Entre 1972 y 1977, estos dos últimos partiditos se coligaron con el PDC para conformar una alianza electoral: la Unión Nacional Opositora (UNO).
Luego del golpe de Estado de 1979, el PCN de los militares se resquebraja y de sus cenizas nació ARENA. Lo mismo ocurre con la UNO y la mayoría de su base se suma a la izquierda armada que se unifica en el FMLN. Ahí se abre la guerra civil en 1981.
Once años de guerra, un falso acuerdo de paz, un sistema bipartidista ARENA-FMLN durante 30 años levemente legitimado por pequeñas subdivisiones de derecha y de izquierda: DC, CN, GANA, PD, CD, FDR.
Así estábamos hasta que surge Nuevas Ideas que, con su arrolladora victoria presidencial de 2019, pone fin al bipartidismo y en crisis terminal a sus componentes que, desfondados, vuelven a la vieja inercia estéril de dividirse y subdividirse en fragmentos inviables e irrelevantes.
De ARENA se desgranan NT, VAMOS, FS, PC y ML y PI, en tanto que el FMLN se dispersa en minúsculas fracciones internas y en variopintos grupúsculos externos como PAIS, MIS y otros microscópicos brotecillos aún innominados.
En términos de política real el problema es que, si se suman o se multiplican ceros, por muchos que sean, el resultado siempre será nada.
La oposición salvadoreña perdió su masa crítica y por más siglas que invente y acople no podrá replicar la experiencia de la UNO de los años setenta, sencillamente porque en aquel entonces al menos la Democracia Cristiana sí era una verdadera organización de masas.
Toda esa sopa de letras o ensalada de siglas no es en realidad más que ociosas combinaciones y recombinaciones de una falsa oposición o real complicidad entre una derecha y una izquierda tan postradas en su anacronismo que sus agotadas cúpulas no tienen otra alternativa que esperar la cárcel, por corrupción, o su propio funeral, por inanición, lo primero que ocurra.