Como si las deficiencias de las democracias liberales, sumadas a sus desmanes imperialistas o colonialistas, no fueran ya una mancha sobre Occidente, entre 1922 y 1938 se impusieron tres brutales dictaduras de extrema derecha, en pleno centro de Europa: la de Benito Mussolini en Italia, la de Adolfo Hitler en Alemania y la de Francisco Franco en España.
Basados en el fascismo, una doctrina que proclama nada más y nada menos que la supeditación de la razón ante la fuerza, esos tres regímenes no fueron menos totalitarios, expansionistas y genocidas que los de sus enemigos de la extrema izquierda entronizados en Rusia.
Si Hitler suprimió las libertades, reprimió y asesinó a millones de personas en los campos de concentración y exterminio, y si sometió a sangre y fuego a otros países europeos, exactamente lo mismo hizo su brutal gemelo simétrico Stalin en la URSS.
Y tanto el fascismo de extrema derecha con diversos matices ideológicos, pero básicamente autoritario, así como el movimiento de la extrema izquierda comenzaron a extenderse como una plaga por el mundo de la periferia en África, Asia y América Latina.
Es cierto que la extrema izquierda, articulada en el denominado Movimiento Comunista Internacional, era promovido desde Moscú, pero también es verdad que la extrema derecha dictatorial fue tolerada y hasta estimulada por las democracias occidentales y, en el caso latinoamericano, por Washington.
En América Latina, con el pretexto de defenderse del expansionismo comunista ruso a las incipientes y débiles democracias de la región, estas comenzaron a ser gradualmente canceladas y sustituidas por férreas satrapías o dictaduras militares.
Pero ya hemos dicho que ciertamente el expansionismo comunista no era una invención del capitalismo occidental sino una realidad galopante.
Sin necesidad de ir muy lejos, en nuestro país, por ejemplo, el régimen militar de derecha se impuso precisamente a partir de la represión del alzamiento insurreccional, campesino e indígena, que el entonces naciente partido comunista salvadoreño intentó dirigir en 1932.
(Por rigor histórico, debo aclarar que no estoy afirmando que ese alzamiento fuese en sí mismo comunista, solo digo, y es verificable, que los comunistas intentaron dirigirlo, aunque no lo hayan conseguido y aunque posteriormente el mismo partido comunista haya difundido la mentira de que efectivamente protagonizó y encabezó aquella insurrección popular).
Trece años después, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, comenzaba la guerra fría entre las democracias capitalistas de occidente, encabezadas por Washington y el para entonces ya extendido bloque comunista internacional encabezado por Moscú.
Era ya el máximo grado de la polarización política e ideológica, entre la derecha y la izquierda, a escala planetaria. Pero para todo efecto práctico, esa derecha y esa izquierda, ambas autoritarias y antidemocráticas, terminaron siendo tan parecidas e indistinguibles como lo fueron los conservadores y liberales del siglo XIX.
Ambos extremos ideológicos pervirtieron el ideal democrático y frenaron el desarrollo de nuestros países tanto en la Cuba de Fidel Castro como en el resto de América Latina plagada de dictadores militares de derecha.