Un partido por definición no es un entero. Un partido por definición es solo una parte del todo. Esta distinción es muy básica y, sin embargo, un tenaz malentendido ha sembrado la confusión al respecto imponiendo una distorsión que no es meramente conceptual, sino que, y esto es lo grave, se extiende a la realidad social.
No es infrecuente escuchar que nuestros políticos insistan en menospreciarse al afirmar que hay ciertos debates que, debido precisamente a su gran importancia nacional, no deberían politizarse. Que lo anterior constituye un craso error es demostrable de manera muy sencilla.
Para ello es preciso volver a la claridad y distinción de los conceptos, operación que era tan cara para don Armando Bukele. La palabra «política» viene del término griego «polis», que significa ‘ciudad’, y para los antiguos y sabios griegos, ciudad equivalía a Estado, puesto que cada ciudad griega era un Estado soberano.
Así, pues, los problemas de la «polis», o sea, de la ciudad o del Estado, son los que debían discutirse y solucionarse en la asamblea de ciudadanos, precisamente porque eran los problemas públicos, aquellos que atañían a la sociedad en su conjunto, no solo a una parte de ella, un partido, sino al interés general.
Por eso el presidente de El Salvador, por ejemplo, aunque haya sido postulado por un partido, al asumir el poder pasa a representar los intereses del pueblo entero. Y aquí es entonces donde queda claro que una cosa es partidizar y otra cosa muy distinta es politizar.
Política, insisto, es la administración y solución de los problemas públicos.
El problema es que al renunciar a la politización de un tema o debate nacional, la alternativa suele ser reducir ese tema o debate a su aspecto meramente técnico. Y esto equivale a dejar cosas, como la economía, en manos de los técnicos en esa materia.
Pero el técnico, si bien sabe sumar, restar, multiplicar y dividir, no está necesariamente obligado ni preparado para pensar en el bienestar social. De esto último es de lo que deben ocuparse los políticos, aunque para ello deban apoyarse instrumentalmente en el análisis técnico.
Cuando los políticos delegan el poder de decisión en los técnicos y se deviene, por tanto, a la tecnocracia, la única ganadora es la élite.
Según los tecnócratas del FMI o de las grandes casas calificadoras del riesgo país, por ejemplo, cuanto más gana y más riqueza concentra un pequeño grupo de oligarcas, más sana y robusta es la economía de una nación.
En definitiva, un político que lo sea en el sentido estricto de la palabra sabe que su trabajo no consiste en representar los intereses de una parte, un partido o una élite, sino, repito, el interés general, del todo, del pueblo en su conjunto.
En la nueva perspectiva de nuestro país, politizar debe dejar de ser una mala palabra, como lo fue durante los 30 años de ARENA-FMLN, debe dejar de ser un problema y más bien debe convertirse en una solución.