Lo que leerán a continuación no es el resultado de una exaltada revelación profética, es más bien el producto de un análisis largamente razonado.
El Estado declara la guerra frontal a las pandillas criminales y, desde el día uno de la campaña, la fuerza policial y militar opera de manera simultánea e incesante a lo largo y ancho del país. En las primeras semanas de combate comienzan a perfilarse algunas tendencias que posteriormente se irán consolidando.
Un promedio diario aproximado de 500 capturas; pocos enfrentamientos armados y, en consecuencia, muy pocos criminales abatidos y cero bajas policiales y militares; incremento continuo de días con cero homicidios.
Esos datos, en su conjunto, perfilan otra tendencia: lo que empezó como una ofensiva general se va transformando en una ofensiva final dado que se llega muy pronto al punto de quiebre de la voluntad y capacidad de combate de los criminales.
Al mantenerse y consolidarse todas esas tendencias se llega a los primeros 60 días de guerra con 35,000 capturas efectivas y sumando. Pero el éxito mayor es que los criminales ya perdieron hasta el último reducto de su control territorial, ya no tienen ningún bastión seguro, ninguna retaguardia. Flotan, huyen dispersos, despavoridos y en desbandada.
En estas condiciones entramos, con las fuerzas del Estado intactas y sumamente moralizadas, a la que con plena seguridad podemos llamar fase final o de desenlace favorable de esta batalla.
Por supuesto que en toda guerra, en un primer momento, ciertamente el más difícil, se asalta y se toma una posición y luego, con mucha menos dificultad, se tiene que asegurar o consolidar el control de esa posición. En esta última fase el rol policial y militar se vuelve cada vez más disuasivo o preventivo, y son otras instancias no coercitivas las que cobran mayor protagonismo.
Hay dos maneras complementarias de descubrir la lógica antes descrita: una es leer con rigurosa atención el Plan Cuscatlán, la otra es examinar en retrospectiva y con objetividad el conjunto de hechos ocurridos en los últimos 60 días.
En todo caso, la conclusión será inevitable: El Salvador está a solo un par de meses, a lo sumo, para convertirse en un país totalmente libre de pandillas. Sin duda tendremos que enfrentar otros problemas, pero serán otros, nunca más ese flagelo criminal que tanto daño, dolor y luto le causó a nuestro pueblo.
No se me oculta que algunos podrán decir que mi perspectiva es demasiado optimista. Yo solo respondo que me baso en el estudio de los hechos y los números. Es ese análisis objetivo el que me impulsa a insistir en que muy pronto el presidente y comandante general Nayib Bukele nos dirá a todos los salvadoreños «compatriotas, misión cumplida».