Pandemia, crisis en la cadena de los suministros, crisis energética, inflación cercana o por encima de los dos dígitos agravada por la amenaza de una inminente recesión preanunciada ya por el mismo Fondo Monetario Internacional.
Incertidumbre, miedo y creciente descontento social y político y, en consecuencia, gobernantes con muy poco o nulo apoyo popular.
Esos son algunos de los factores que han marcado el panorama mundial en los últimos tres años, de norte a sur y de este a oeste, lo mismo en la periferia subdesarrollada que en los países centrales más avanzados.
Además, la obsolescencia o acelerado resquebrajamiento del prestigio de las viejas instituciones llamadas a ser garantes de la democracia y del derecho internacional, como la ONU, la OEA, entre otras.
Pero en el mismo período, y en medio de todo ese caos, El Salvador se ha transformado de manera progresiva y sostenida en uno de los países más estables y seguros del mundo, a tal punto de estarse convirtiendo en un referente internacional de las mejores prácticas en cuanto a la generación de políticas públicas orientadas al bienestar social.
Sí, se trata de una realidad innegable: cada vez son más los países en los que ciudadanos y líderes sociales y políticos manifiestan sus deseos de replicar el nuevo modelo salvadoreño. Y ese modelo tiene un nombre: bukelismo.
El bukelismo no nació como una teorización, sino como una práctica o un estilo de gestión de la cosa pública. En muy poco tiempo, de 2012 a la fecha, del modesto ámbito municipal al liderazgo nacional y a la presidencia de la república, ha venido acumulando y desplegando fuerza hasta alcanzar hoy en términos de respaldo popular, según el promedio de todas las encuestas, un piso de más de
80 % y un techo de hasta 97 %.
Con un sorprendente agregado emanado de esas mismas encuestas: Nayib Bukele es el presidente mejor evaluado del mundo.
Quizás sea muy temprano definir rigurosamente qué es o en qué consiste el bukelismo en lo fundamental, puesto que se trata de un fenómeno en marcha o, como se dice en inglés, de un «work in progress», pero, a juzgar por sus resultados concretos, sí podemos identificar al menos algunas de sus características sustanciales: inteligencia, decencia, valentía, firmeza, velocidad y compasión.
Tal vez habría que sumar otros dos rasgos igualmente fundamentales: capacidad para resolver varios problemas de manera simultánea, y una de las virtudes políticas más apreciadas y menos ejercidas: la audacia. Pero no una audacia impulsiva y temeraria, sino más bien la audacia como el fruto de un muy meditado y ponderado cálculo estratégico.
¿Tiene el presidente Nayib Bukele la posibilidad de presentarse de nuevo a las urnas en 2024 y de continuar dirigiendo el destino nacional? Según la Sala de lo Constitucional, sí; según el Tribunal Supremo Electoral, sí, y lo más importante y decisivo: eso es lo que quiere y clama el pueblo, fuente de toda soberanía.