Desde 1821 hasta 1932, El Salvador padeció un régimen caudillista en el que los fundadores de la oligarquía divididos en dos bandos, conservadores y liberales, usaron al pueblo llano como carne de cañón en su incesante pugna por el poder político.
A lo largo de todo ese período no hubo paz, no hubo democracia y no hubo desarrollo nacional, pero sí se consolidó el poder fáctico de las 14 familias más ricas del país.
Luego de un golpe de Estado y una atroz matanza de miles de indígenas y campesinos insurrectos, en 1932, los oligarcas delegan el poder político en la Fuerza Armada y comienza el régimen militar dictatorial, durante el cual El Salvador fue gobernado por una neblina de coroneles y generales a cual más corrupto y represivo.
El régimen militar, durante el cual evidentemente tampoco hubo paz ni democracia ni desarrollo nacional, se extendió hasta 1979, año en que fue clausurado por la vía de otro golpe de Estado.
Entonces, reeditando la vieja pugna sanguinaria entre conservadores y liberales, la derecha armó sus escuadrones de la muerte, la izquierda se transformó en guerrilla, la violencia homicida se generalizó y se abrió el régimen de guerra que devastó al país y vistió al pueblo de luto 12 largos años.
No, tampoco en ese lapso hubo paz, democracia y desarrollo nacional. Pero el poder fáctico de la oligarquía seguía intacto moviendo los hilos tras bambalinas.
En 1992, las cúpulas de la derecha y de la izquierda pactaron un cese al fuego y acordaron repartirse la administración del poder político siempre y en todo caso en representación de los intereses de la oligarquía. Ahí nació el régimen bipartidista ARENA-FMLN.
Prácticamente, al mismo tiempo surgieron y comenzaron a fortalecerse las pandillas criminales que sometieron al pueblo a otra guerra aún más sanguinaria. ¿Hubo paz, democracia y desarrollo nacional? No, solo simulaciones, violencia homicida y corrupción a granel.
El régimen bipartidista duró 30 años y fue derrotado por completo en 2019. Esos cuatro regímenes que he descrito a vuela pluma fueron nada más expresiones o formas distintas de un mismo sistema: el oligárquico.
Ahora el pueblo salvadoreño, conducido por un nuevo liderazgo, está empeñado en desmontar paso a paso ese sistema que nos llevó del estancamiento al retroceso y nos hundió en el subdesarrollo. Lo que hoy estamos construyendo, no sin mucho esfuerzo, es lo que en realidad nunca hemos tenido: paz, democracia y desarrollo nacional.
La diferencia fundamental es que ahora el protagonista de la historia no es el poder fáctico y sus cúpulas serviles de derecha y de izquierda, sino el pueblo mismo.