He sido fiel creyente de que viajar en carro por largas distancias es la mejor forma de que una pareja se conozca. Esto también se aplica para la familia, te sirve de terapia grupal.
En un viaje largo sale a relucir lo mejor y peor de vos: qué tan solidario sos con el que maneja, qué tan dispuesto estás para compartir tu música y darle prioridad al conductor para que no se duerma, hablarle, entretenerlo o simplemente parar porque tiene ganas de orinar, no importa si es en medio de la carretera y porque no hay gasolinera cerca.
No hay acción más egoísta que el acompañante se duerma en carretera y deje solo al conductor. Un viaje largo te sirve para conocerse mejor, hablar de la infancia, de los gustos, las anécdotas, en fin, es una buena oportunidad para sacar ese yo íntimo, muchas veces reprimido.
Por eso, en estas vacaciones, cuando con Diego, mi hijo menor, nos planteamos la idea de hacer un viaje largo conduciendo me pareció una idea genial, pero, igual, nos planteó un gran reto. Hace seis meses que Thirza se fue y quizás pocas veces hemos tenido como familia la oportunidad de hablar sobre su ausencia. Por lo tanto, de una u otra forma este viaje, sin proponernos, sería como un tributo a ella. Viajar en carro hacia Penefi fue una práctica de la familia durante muchos años. Lo disfrutábamos tanto, especialmente cuando decidíamos ir en nuestras vacaciones a Managua. Imanol con su maleta bien preparada, Diego con su libro de los mejores mil chistes que nos leería durante el trayecto, Thirza y yo con nuestro repertorio musical, a veces Silvio, a veces Pablo, a veces Rubén Blades.
Con el tiempo, el monopolio de la música que imponíamos fue disputado por Wisin y Yandel, Daddy Yankee, Don Omar, Jay-Z, Eminem. Diego e Ima también reclamaban sus derechos. Donde sí coincidimos todos fue una vez, pasando el Guasaule, se imponía «¡Ay, Nicaragua, nicaragüita!», «La Tula Cuecho», «Son tus perjúmenes, mujer», «Clodomiro el Ñajo».
QUESILLO DE LA PAZ CENTRO Y NAGAROTE
Una vez entrados en Nicaragua, una parada obligatoria era La Paz Centro o Nagarote. Obvio, es la capital del quesillo. Acostumbrado a la crema y al buen queso que, por cierto, importamos de Nicaragua, es imposible que no te encules de los quesillos. El quesillo, que es como la versión de nuestras pupusas, guardando las distancias, es una tortilla delgada, calientita, que le ponés en medio una rueda fina o una trenza gruesa de queso que le agregás crema y cebolla curtida. Este sándwich lo doblan y lo meten en una bolsa de plástico y es la mejor manera de comerlo; eso sí, los nicas no andan con miseria a la hora de ponerle el queso o la crema, es realmente un manjar.
DUELE NICARAGUA
Lamentablemente, este viaje que no era con la intención de pasar por ese viacrucis de recuerdos, nuestro propósito era ir a Costa Rica. Y aquí es donde duele Nicaragua.
Hasta el día de hoy no logro entender la lógica migratoria que implementa el Gobierno de Nicaragua para poner trabas a los turistas que quieren ingresar a su territorio.
Me explico: para ingresar a territorio pinolero, primero debes llenar una solicitud en línea. Esta solicitud debe hacerse al menos con tres días de anticipación, ni los gringos o los chinos que tienen fama de ser estrictos en sus controles migratorios hacen esto. Bueno, una vez tenés esa aprobación del Ministerio de Gobernación, tenés luz verde para visitar Nicaragua; falso. Llegás a la frontera y aunque les mostrés que tu solicitud ha sido aprobada, hay un oficial migratorio que se va con tu pasaporte a una oficina escondida a verificar la aprobación. Una vez corroborada la información, le da el O.K. al oficial de migración para que te selle el pasaporte de entrada. ¡Ufff!, decís vos, ya la hice; ¡ja!, ese es solo el principio. Cuando el oficial de migración te da la entrada, tenés que llenar un formulario que, como el juego de «me vende aceite, en la otra esquina», debés juntar cuatro firmas con sus sellos de las otras autoridades.
Empezás a buscar al oficial de aduana para que verifique el equipaje. Esto es que sacas tus maletas del carro, las llevas a un escáner y ahí te firman la boleta. Eso está bien, pero el fulano de aduana también va a tu carro a verificar las mismas maletas. Una vez tenés el bendito sello de aduana, vas a buscar a un policía para que llegue a tu carro y vea que todo está en orden, pero el problema no es ese, el problema es que a ese tal demandado oficial tenés que andarlo correteando por todo el parqueo para que te haga el favor de llegar a tu carro y entonces, solo entonces, te pone otra firma con su sello en la famosa boleta. Cuando vos creés que has llegado a la cima del Everest, te enfrentas a la realidad de que, además de esas firmas que eran todo lo que supuestamente necesitabas, tenés que regresar a la última ventanilla para que te den el O.K. para salir.
Todo este vaivén nos llevó más de cuatro horas, solo para tener el permiso, no de ir a comer quesillos a Nagarote, sino de llegar al otro punto fronterizo.
¡AY, NICARAGUA, NICARAGÜITA!
El viernes se cumplieron seis meses de que Thirza se nos fue, hace ocho días con Diego recorrimos ese trayecto hacia Managua, que tanto nos marcó. Esta vez ya no con la algarabía de ir a visitar a nuestros amigos sino más bien de irnos más al sur y visitar Costa Rica. Quizás porque Nicaragua perdió mucha emotividad en los últimos años, o quizás porque Managua duele mucho por la partida de Thirza.