El Salvador no estaba lejos de llegar al punto en que hoy está Haití, pues el nivel de tolerancia y de corrupción de las autoridades aquí no era distinto, tampoco el criminal y salvaje accionar de las pandillas; era exactamente el mismo caldo de cultivo, la diferencia está en haber actuado a tiempo y con determinación para solucionar el problema.
Si para referirnos a lo anterior hiciéramos alusión al síndrome de la rana hervida, podemos decir que eran dos ranas similares adentro de dos ollas similares, cuya agua se calentaba poco a poco, solo que aquí nuestra rana logró salir a tiempo y no terminó cocida.
Lo que hizo la diferencia fue que aquí, en el período presidencial que está por finalizar, asumió alguien decidido a solucionar esa difícil situación. Pero no solo eso, también ha sido acompañado por una nueva generación de diputados y funcionarios dispuestos a poner todo su empeño para que ese proyecto que busca llevar paz real y duradera a nuestra sociedad se pueda ir cumpliendo según lo establecido.
No cabe duda de que si las cosas hubieran sido distintas en nuestro país, en vez de respirar tranquilidad, como ahora sucede, estuviéramos viendo la sangre correr por las calles y, al igual que Haití, estuviéramos pidiendo ayuda a una comunidad internacional que suele criticar a los países cuando están haciendo bien las cosas, pero cuando los ve emproblemados o enfrascados en una crisis como la del empobrecido país caribeño pone la vista en otro lado.
En la situación de Haití también contrasta el silencio que guardan las organizaciones de derechos humanos en lo que respecta al daño que los delincuentes hacen a la sociedad con la manera en que después levantan la voz para defender a esos mismos delincuentes cuando son detenidos y encarcelados.
He visto con beneplácito como en Argentina se están poniendo en marcha políticas anticrimen como las aplicadas aquí. Esa es una señal de que las medidas que se han tomado en el combate a la delincuencia son bien vistas y que la posibilidad de implementarlas está siendo considerada en otras latitudes, pero hacerlo o no debe ser iniciativa del país, que pasa por una situación igual o parecida. Por eso, el presidente Bukele, al ofrecer ayuda para solucionar el problema de Haití, fue enfático al decir que para tal objetivo era necesaria una resolución de Naciones Unidas y, además, que el país en cuestión estuviese de acuerdo.
Siempre pensé que la ONU no emitiría una resolución de ese tipo, pues no creo que una organización que aglutina a las naciones más poderosas esté dispuesta a perder protagonismo en caso de que las políticas provenientes de un pequeño país pongan fin a una situación que ellos, hasta hoy, no han podido o, quizá, no han querido solucionar.
En fin, en El Salvador estuvimos a un paso de ser un Estado fallido como hoy lo es Haití, o quizá lo fuimos mientras gobernaron la izquierda y la derecha, pues entonces las pandillas no actuaban en contra de las autoridades establecidas, sino en contubernio con estas, o sea que los salvadoreños, durante todo ese tiempo, nos enfrentamos a dos tipos de enemigos, unos declarados que nos renteaban y nos asesinaban y otros escondidos bajo el disfraz de gobernantes.