Familias completas atraviesan a pie la frontera con Panamá hasta el campamento improvisado en un antiguo aeródromo en Paso Canoas, 300 km al sur de San José, y arriban agotados por la travesía, el calor extenuante y la alta humedad.
En este lugar toman alguno de los más de 50 autobuses, que valen 30 dólares por pasajero, hasta la frontera con Nicaragua.
Los que no tienen dinero quedan varados en una tierra que con lluvias estacionales se torna cada día en un barrizal a la espera de que les manden una transferencia.
Secuelas del Darién
El campamento de Paso Canoas, improvisado en mayo por el gobierno costarricense, es un purgatorio para quienes quedan varados tras cruzar la selva panameña.
«Lo más duro que he pasado en toda esta travesía ha sido la selva del Tapón del Darién. Fue muy duro, la verdad, ahí se pasó hambre, trabajo, se ven muchas cosas que nunca pensé ver en mi vida», cuenta a la AFP el venezolano David Josué Díaz, de 18 años.
La escasa sombra bajo un techo metálico o las carpas es un privilegio. En las mañanas para resguardarse del inclemente sol y por la tarde para huir de los aguaceros.
El hambre y las enfermedades digestivas y respiratorias abundan. Una doctora de la ONG Cadena atiende sin descanso cada jornada.
«Me duele la barriga», dice a la AFP Ángel, un niño venezolano de siete años, doblado en el suelo embarrado sobre un cartón. Con fiebre e infección respiratoria, su madre espera que las medicinas hagan efecto, como lo hicieron con Samuel, que juega a su lado con un muñeco mientras se recupera de la fiebre, los vómitos y la diarrea.
Ángel aún tiene fuerzas para bromear sobre su viaje mientras tose sin cesar.
Otros niños en mejores condiciones juegan inocentes en un columpio, ajenos a la miseria que les rodea.
En la mañana, los migrantes varados recogen las carpas y limpian la zona para que los recién llegados busquen un lugar.
Los que tienen comida cocinan en ollas heredadas de migrantes anteriores.
En el pueblo, adultos hacen interminables filas en la oficina de Western Union a la espera de que les manden el preciado dinero para comprar el billete que les saque de allí.
«Emergencia nacional»
Más de 400.000 migrantes han ingresado a Panamá por el Darién en 2023, más que en todo el año anterior, cuando fueron 248.000, según datos oficiales panameños.
Días después llegan a Costa Rica en oleadas de 3.000 diarios, según Migración de ese país.
Unos 320.110 han ingresado a Costa Rica en 2023, la gran mayoría venezolanos.
«Esta situación amerita declarar una emergencia nacional que se vive en el país debido a la cantidad de personas que están pasando por nuestro territorio», dice un decreto que el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, dictó hace unos días.
Centro para migrantes
El principal cambio con la Emergencia Nacional es la apertura, en semanas, del Centro de Atención Temporal a Personas Migrantes (Catem), 11 km al norte de Paso Canoas.
Unos 3.000 migrantes llegarán directo al Catem desde Panamá en autobuses fletados por el gobierno panameño en lugar de dejarlos en la frontera como hasta ahora y evitar la miseria del campamento fronterizo, que será cerrado.
Unos 300 migrantes ya habitan el Catem.
«El lugar ya cuenta con lugares adecuados para las actividades de menores, con atención médica, con comedores para los alimentos de las personas», dice a la AFP Elías Quesada, subdirector de la Policía de Migración de Costa Rica.
El oficial, de 38 años, comenta que Costa Rica trabaja junto a agencias de la ONU como Unicef, Acnur u OIM.
«Aquí tenemos los espacios idóneos», comenta Quesada mientras una docena de niños ven en una pantalla gigante las tropelías en dibujos animados del coyote y del correcaminos.
Unos 200 oficiales custodiarán 24 horas el lugar.
Los migrantes con dinero para pagar los autobuses hacia Nicaragua seguirán sin demora su viaje.
Quienes no lo tengan, podrán esperar a conseguirlo en un recinto techado, con habitaciones con literas y colchones para menores, ancianos o enfermos.
Tendrán atención médica y comidas, duchas y baños, incluso una oficina de Western Union, esencial para recibir dinero en medio de la selva costarricense.
La venezolana Esmeralda Cuica afirma a la AFP que agradece estar en el Catem y no en Paso Canoas, donde permaneció varios días antes.
«En cuanto a Paso Canoas, allí eso es bien terrible, bien difícil estar, es una supervivencia todos contra todos», explica la maestra preescolar, de 53 años.