La totalidad de las encuestas que han salido a la luz pública en las últimas semanas y meses indica que el 28 de febrero de este año el partido Nuevas Ideas logrará un hito: alcanzará una arrasadora victoria y podrá llegar incluso a los 60 diputados.
Si una consecuencia les ha producido a los partidos políticos otrora mayoritarios –arena y fmln, en minúsculas, y algunos partidos satélites serviles– las elecciones del próximo 28 de febrero es sin duda alguna una crisis existencial profunda, que si bien no comenzó con la victoria del presidente Bukele, sin dudas esta la exacerbó y probablemente la aceleró. No es ningún secreto y es además evidente, cómo a estas alturas de la campaña dos cosas son plenamente palpables: por una parte, no terminan de administrar internamente los resultados de su debacle electoral de la presidencial aún y, por otra, no terminan de encontrar la manera de comunicarse con el electorado, como venderse electoralmente hasta el punto de llegar al ridículo de esconder sus banderas –desprestigiadas, mancilladas, manchadas y escupidas por la corrupción de sus dirigentes– y de usar frases, eslóganes y hasta colores ajenos a los de su instituto político.
Pero las que yo llamo «crisis existenciales» de los partidocráticos, a pesar de que tienen causas comunes y expresiones similares, no se externan o presentan de la misma forma; pues, para el caso, en el fmln –en minúsculas– lo que vemos adentro, además de lo que ya he señalado, es una pugna por aquellos que consideran que la mejor forma de encarar la campaña es radicalizando más el discurso y mantener el rojo rojito para mantener el minúsculo voto duro que aún le queda, y que según todas las encuestas les podría dar a lo sumo un par de diputados –si bien les va–, y otro grupo que considera que lo que se debe hacer es un travestismo político-publicitario, en el cual se venda una imagen «fresca» y «renovada» del partido, adonde surge la ridiculez del «nuevo Frente» y con un rojito quizá más rosadito. Cosa totalmente absurda, pues de «nuevo» no tienen nada, y sino basta ver sus tozudas, intransigentes, caprichosas y hasta torpes actuaciones en la Asamblea Legislativa, que ante la población, en su aplastante mayoría, los han hundido hasta el fondo del abismo de la popularidad. ¿Cómo compagina lo del «nuevo Frente» con sus actuaciones legislativas? Un solo mar de contradicciones. ¿Y la «vieja guardia»? Agazapada, acechando y conspirando para cuando se dé la profunda y casi mortal nueva debacle del 28F salir a culpar a Óscar Ortiz de los resultados, ver la forma de apartarlo y pelear por quedarse con los «chingastes» que queden del nuevo minipartido. Bienvenidos al club de los minipartidos.
Pero del lado de arena –en minúsculas– la cosa no es menos complicada, pues además de que para ellos es también cierta la premisa existencial que atormenta al Frente en relación con la campaña, para ellos el debate de estas cuestiones ha trascendido la órbita interna de su partido y se ha instalado en los medios de comunicación y en las redes sociales, por lo cual se han expuesto a una especie de burla y descrédito público; y, por tanto, a un desgaste considerable aunado al que ya tenían desde la campaña presidencial pasada. En fin, no saben qué hacer y por ello vemos los comportamientos erráticos y también torpes que tienen, como aquello de pedir perdón a la gente por todo el daño causado por la corrupción desmedida de sus gobiernos y llevar de candidatos a diputados, personas señaladas de haber recibido sobresueldos y de haber pactado con criminales.
Arena –en minúsculas– no se logra recomponer por varias razones, me imagino: si quieren ser una opción medianamente viable de poder deben «reinventarse». ¿Cómo? No tienen idea, pero seguir como han venido hasta ahora, con un anacronismo político de hasta tener un himno ridículo y atrasado, casi de la guerra fría, parece que ese no es el camino idóneo para poder siquiera proyectarse como opción medianamente viable de poder. Caso contrario, me parece que ARENA está condenado a convertirse en una fuerza irrelevante, reducido a su mínima expresión política, con un cargamento de recuerdos de las glorias pasadas, pero con poca o ninguna injerencia política a futuro.
Así pues, un nuevo ciclo político se vislumbra y un viejo ciclo político se despide, estamos en el interciclo, casi llegando.