Eran las 11:30 de la mañana del sábado 13 de enero de 2001. «Juan», quien pidió no revelar su verdadero nombre, se preparaba para volver a su casa en la colonia Las Colinas, en la ciudad de Santa Tecla, La Libertad. Había pasado por el supermercado y llevaba consigo las compras para preparar una carne asada para su esposa, sus padres y sus hermanos. Apenas un día antes, su hija de tan solo 11 meses de nacida había dado algunas piruetas y, como todo padre primerizo, quiso celebrarlo a lo grande. La fiesta no pudo realizarse.
La mañana más negra de El Salvador de la postguerra
Mientras Juan caminaba por las calles del centro de Santa Tecla, entre la 2° Avenida Sur y la 4° Calle Poniente, la tierra se estremeció. Un terremoto de magnitud 7.7 sacudió a El Salvador y tuvo una duración de alrededor de 30 segundos. Juan aún recuerda el pánico en las calles, donde los peatones no sabían lo que sucedía, mientras, asustados, veían como uno a uno los locales comerciales de la zona se derrumbaban.
«Me caí. No me acuerdo cuántas veces, pero me caí. Cuando logré levantarme, apenas pude agarrarme de una de las paredes. Me acuerdo que la gente buscaba donde esconderse porque los locales de esas calles se caían a pedazos. Todavía recuerdo el estruendo de cuando todo se desmoronaba. Es imposible olvidar algo así», relata.

Lo que Juan no sabía es que, a raíz de ese terremoto, se produjo un desprendimiento de tierra en la cordillera El Bálsamo, el cual soterró casi por completo la colonia Las Colinas en Santa Tecla. Precisamente el lugar en que la familia de Juan residía.
«Cuando todos comenzamos a ver alrededor, desde la calle donde estaba se veía la porción de tierra que ya no estaba. Se me salió el corazón. Corrí con todas mis fuerzas y, cuando llegué, no podía creer lo que veía. La tierra se había tragado a mi familia. Corrí hasta donde alcanzaba a ver que podía estar mi casa y con mis propios manos escarbaba y escarbaba. Era inútil. Ese terremoto se había llevado a mi familia», relata.
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La historia de Juan es una de las miles que se pueden conocer sobre ese terrorífico día. Los datos de la Dirección General de Protección Civil son contundentes. El terremoto de 2001 dejó un total de 944 fallecidos en todo El Salvador, además de 5,565 lesionados y 193 personas soterradas.
En total se contabilizaron 1,364,160 damnificados y las autoridades tuvieron que realizar hasta 68,777 evacuaciones. El terremoto dejó también daños estructurales. Más de 1,500 edificios públicos reportaron daños y se registraron 169,692 viviendas dañadas y 108,261 viviendas destruidas.
De toda esta destrucción, La Libertad fue el sector que más resintió el impacto. Los datos de Protección Civil son claros: de 688 casas soterradas en todo El Salvador, 687 estaban en ese departamento, el cual también reportó 685 fallecidos.
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Para David Velásquez, quien para ese año trabajaba como visitador médico de un laboratorio salvadoreño, ese día también dejó una huella imborrable. Justamente ese día tenía planeado un viaje a Guatemala para celebrar los 20 años de matrimonio con su esposa. «Ese día había pedido permiso, pero mi jefe me llamó y me pidió que llegara a la oficina. Yo no pensaba ir, pero mi esposa me dijo: “Si me amas, vas a ir”. Me sorprendió que me dijera es, pero ella insistió en que, si la amaba, atendería el llamado de mi jefe. Entonces me alisté y pasadas las 11 tomé camino a la oficina», relata.
«Me subí a la tierra y no podía creer lo que veía. No veía mi casa, no la encontraba. Me quedé sentado. Gritaba los nombres de mi familia. Les hablaba, decía el nombre de mi esposa y de mis hijos»
David Velásquez, sobreviviente del terremoto de 2001.
«Llegué como a las 11:25. Cuando llegué, estaban todos los visitadores médicos reunidos y me aplaudieron cuando entré. Me estaban ascendiendo a supervisor de la visita médica. Entonces comenzó el terremoto. Yo creí que solo había sido un terremoto fuerte. Hasta ahí todo tranquilo», comenta.
Sin embargo, cuando David decidió que debía regresar a su casa, sus ojos verían un escenario para el que ningún ser humano está preparado. «Me fui de regreso a mi casa. Tome la calle al Puerto de La Libertad. Cuando iba a la altura del paso de El Trébol fue que vi a lo lejos lo que había sucedido. Mi corazón empezó a latir fuertemente. Llegué donde vivía, más o menos un cuarto para las 12, no habían pasado más que 10 o 13 minutos de lo que había sido el terremoto. Cuando entré a la colonia, vi toda la tierra y no supe lo que sentía. Es una sensación que aún no puedo explicar», narra.
«Me subí a la tierra y no podía creer lo que veía. No veía mi casa, no la encontraba. Me quedé sentado. Gritaba los nombres de mi familia. Les hablaba, decía el nombre de mi esposa y de mis hijos. En mi casa estaba también el hijo de mi excuñado», recuerda David de ese doloroso día.

El terremoto que devoró los negocios de toda una vida
Pero el terremoto no solo dejó pérdidas humanas. Las pérdidas materiales también fueron notables, sobre todo, en un municipio como el tecleño, donde el sector comercial es uno de los más fuertes. El terremoto devoró negocios de larga tradición, como el de Mario Laguán, quien durante 22 años tuvo un negocio de ferretería llamado «Kiosko de Pinturas», ubicado en la 2° Avenida Sur y la 4° Calle Poniente.
«Ese terremoto me lo quitó todo. El negocio lo comencé más de 20 años antes. Era como me ganaba la vida, pero en cuestión de segundos todo se fue. Cuando el terremoto comenzó, yo estaba con uno de mis hijos en el negocio y los dos empleados que tenía. Todos salieron corriendo, pero yo me quedé sentado pensando que pasaría rápido. De pronto, todo se puso peor y decidí salir. No había terminado de levantarme cuando un bloque de pared cayó justo en la silla donde estaba. Salí corriendo y me quedé en la calle viendo como pedazo a pedazo se me caía el negocio, se me caía lo que me costó construir en toda una vida», recuerda Mario.
«Me costó reaccionar. Cuando vi como todos los negocios de la calle se habían derrumbado, le dije a mis empleados que se fueran a sus casas, que buscaran a sus familias»
Mario Laguán, comerciante tecleño que perdió su negocio en el terremoto de 2001.
«Me costó reaccionar. Cuando vi como todos los negocios de la calle se habían derrumbado, le dije a mis empleados que se fueran a sus casas, que buscaran a sus familias. Con mi otro hijo regresé a casa. Mi esposa y mis otros dos hijos salieron a recibirnos asustados, llorando. Cuando me senté en la mesa del comedor me derrumbé. Comencé a llorar. Todavía tenía las imágenes de cómo se me había caído el negocio. Solo me dije: “Y, ahora, ¿qué voy a hacer?, ¿cómo le voy a dar de comer a mi familia?”. No tenía respuestas, pero los tenía a ellos, a mi familia. Al final, entendí que con eso me bastaba. No todos podían gozar de tener a sus familiares vivos después de esa tragedia», relata.

Precisamente ese sector de la 2° Avenida Sur es el que conecta directamente con el centro de Santa Tecla y el Mercado Municipal, una de las zonas más devastadas por el terremoto y que obligó a una reconstrucción total de las estructuras. Actualmente, esa zona tecleña dista mucho de su apariencia antigua. La remodelación y reconstrucción hizo lo suyo, pero ninguno de los locales comerciales que ahí existían en 2001 volvieron a resurgir.
Una imborrable huella de dos décadas
David es claro al decir que ese dolor es algo que no se olvida. Las fechas posteriores al terremoto fueron de llanto e incertidumbre. Como cientos de tecleños, pasó varias semanas buscando a sus familiares. «Me quedé dos semanas, tres semanas. Ese mismo día, fue sábado, como a las 11 de la noche, yo no tenía comunicación con nada, pero un primo hermano mío fue el primero de mi familia que me llegó a ver. Yo estaba sentado en un árbol y me llegó a abrazar», comenta.
«Eso (el terremoto) es algo que nunca voy a olvidar. Pero, también, es algo con lo que he aprendido a vivir y a aceptar que, si Dios me guardo con vida, es con un propósito»
David Velásquez, sobreviviente del terremoto de 2001.
En ese momento, David tuvo una luz de esperanza. Su perro, al que llamaba «Lobo» fue encontrado en un pequeño rincón de lo que quedaba de su vivienda. «Teníamos un perro y yo oía que lloraba. Lo llamé por su nombre y empecé con la mano a escarbar donde escuchaba que estaba. Escarbaba con la esperanza de encontrar a mi familia también. A las 8 de la mañana del siguiente día llegaron varias personas y me ayudaron. Encontramos al perro», recuerda.
Juan, por su parte, recuerda el dolor que significó para él encontrar únicamente el cuerpo de su pequeña hija, mas no el de el resto de sus familiares. «Apenas pude encontrar el cuerpo de mi niña. De ahí no encontré a nadie más. Me quedé ahí un mes completo. Casi no comía y pasaba todo el día de un lado a otro ayudando a cualquiera que veía que estaba desenterrando. Quería encontrar a los míos, pero la vida quiso que no los hallara. Cada enero es difícil para mí. Es imposible no recordar todo esto», relata.

Para Mario, los eneros también son épocas de reflexión y recuerdo. «Siempre he vivido agradecido con Dios porque, aunque perdí el negocio de mi vida, en el que había dejado tantos años de esfuerzo, mi familia la tengo conmigo todavía. He podido ver a mis hijos crecer y convertirse en hombres. He podido seguir disfrutando de mi esposa y conozco mucha gente que no tuvo ese privilegio. Pero, de algo si estoy seguro, sin Dios es imposible recuperarse algo así de impactante», remarca.
David concuerda en ese punto. «Yo no tenía más familia que mi esposa y mis hijos, ya que mis hermanos y mis padres viven en Estados Unidos. Solo con la ayuda de Dios pude salir adelante. Después del terremoto me fui a Estados Unidos y luego regresé. Continué mi vida. Me volví a casar y ahora tengo una buena esposa y, a pesar del recuerdo y la nostalgia, he podido salir adelante. Eso (el terremoto) es algo que nunca voy a olvidar. Pero, también, es algo con lo que he aprendido a vivir y a aceptar que, si Dios me guardo con vida, es con un propósito», asegura.
