Para mí, el debate de la guerra fría no estaba centrado entre la superioridad de la URSS y Estados Unidos, sino entre quién era mejor: si Pablo o Silvio. Ahí se definía la cuestión. Estaban los «intelectuales», que preferían a Silvio, y los «del pueblo», que se decantaban por Pablo.
Vivo en un país libre
cual solamente puede ser libre
en esta tierra, en este instante.
Y soy feliz porque soy gigante.
Amo a una mujer clara
que amo y me ama
sin pedir nada, o casi nada,
que no es lo mismo, pero es igual.
A principios de los noventas en nuestra programación de todos los jueves en KPFK, solíamos programar rigurosamente toda la corriente del nuevo canto: Los Olimareños, Inti-Illimani, Chico Buarque, Zitarrosa, Viglietti, Amaury Pérez, Violeta, Mercedes y un indeterminable etcétera, pero todo volvía a la eterna discusión: Silvio o Pablo.
Todavía quedan restos de humedad,
sus olores llenan ya mi soledad.
En la cama su silueta
se dibuja cual promesa
de llenar el breve espacio en que no está.
Todavía yo no sé si volverá,
nadie sabe, al día siguiente, lo que hará.
Rompe todos mis esquemas,
no confiesa ni una pena,
no me pide nada a cambio de lo que da.
Como diría hoy en día mi querido amigo Lacho: puras pendejadas… las discusiones, digo.
Pues bien, en esos eternos días de lejanía trabajaba en Medical Aid for El Salvador, que era una fundación que, entre otras cosas, se encargaba de hacer campañas para enviar ayuda a los refugiados, pero sobre todo apoyar a los lisiados de guerra que se encontraban en un campamento en Cuba.
El director de la fundación era Mario Velásquez, hijo del recordado Diablo Velásquez, quien fue héroe de la guerra con Honduras y quien combatió a la par del Chele Medrano.
Pues bien, leyendo el periódico en nuestras oficinas que quedaban justo en la Wilshire y Fairfax, me doy cuenta de un concierto que daría en el Palacio de los Deportes, en México, el tal Silvio Rodríguez. No me costó convencer a Mario para que me mandara en misión de ir al D. F. y lograra que Silvio viniese a Estados a dar un par de conciertos en beneficio de los lisiados de guerra.
Por los contactos que tenía Mario con los cubanos, se me facilitó concertar la reunión. Llegué al hotel Coyoacán, donde Silvio y su grupo estaban hospedados. Me hicieron pasar a la sala de su habitación y justo en la mesa del centro estaba colocado un enorme unicornio de madera que la noche anterior se lo habían entregado en el programa de «Mala noche, no» que conducía Verónica Castro.
Yo todavía no me lo podía creer, estaba a punto de estrechar la mano del que en más de una noche bohemia defendí a capa y espada por sobre Pablo y Mercedes Sosa. Me recibió muy amablemente María de los Ángeles, su representante en ese entonces. Le planteé nuestro propósito de llevar a Silvio a Los Ángeles, me escuchó detenidamente y me dijo: «Ño, suena bien el proyecto, compañero, pero déjame hablarlo con Silvio y te informo, ya tú sabes que va a ser difícil que los yankis le den la visa». «Asere, de eso me encargo yo», le dije abusivamente. Salí del hotelito frustrado porque no pude ver a Silvio, era muy temprano y el Trovador estaba concentrado para su concierto de la noche.
Regresé a mi hotel Benidorm y por la tarde recibí una llamada que me hizo saltar de emoción: era María de los Ángeles diciéndome que Silvio había aceptado escuchar nuestra propuesta, pero para ello yo tenía que viajar a Cuba, para reunirnos allá tranquilamente y escuchar nuestra estrategia de cómo diablos convenceríamos a los gringos para que le dieran la visa.
Retorné a Los Ángeles ilusionado y contento de haber logrado, al menos, la mitad del propósito de mi viaje. En Medical Aid for El Salvador, creamos un equipo para diseñar el plan no solo de cómo haríamos los conciertos, sino qué debíamos hacer para lograr conseguir la bendita visa para Silvio y su grupo, pues era obvio que la alternativa de conseguirlas chaveleadas en el MacArthur Park estaba descartada, estábamos hablando de un asunto de Estado, de seguridad nacional.
Para esos días, David Byrne había sacado una recopilación de lo mejor de Silvio, y se nos ocurrió que él podría ser la punta de lanza de un movimiento de artistas que presentara la moción al Departamento de Estado, Migración o dónde fuera necesario. Para llegar a Byrne contactamos al cantante Jackson Browne, amigo de nuestra fundación, y así iniciamos una larga travesía de conseguir firmas del mundo artístico gringo para que solicitaran la visa como un intercambio cultural de los pueblos.
Mientras, yo me dediqué a visitar posibles escenarios dónde realizar el concierto en Los Ángeles, incluso casi cerramos contrato con el Shrine Auditorium, el mismo que en sus mejores tiempos albergó la ceremonias de los Óscar, los Grammy y los MTV Awards.
Ya con un plan, acompañé a Mario y a David Evans a Cuba. Ellos iban a dejar equipo de prótesis al campamento en San Juan de los Baños, mientras que yo, con el propósito de convencer a Silvio para que hiciera su primera visita a Gringolandia.
Finalmente, Silvio me dio la cita, llegué a su casa en el Vedado y ahí estaba el hombre cuyos dedos hacían que la guitarra destellara cantos orgásmicos. Me acompañaba para tal misión Juan Carlos, un veterano periodista de la revista Juventud Rebelde, quien atónito no podía creer que también, al igual que yo, conocería al hombre de «la era está pariendo un corazón». No sé a quien de los dos se le caía más la baba, pero espontáneamente me acerqué y le di dos besos en las mejías y le dije quedito al oído: «Uno es por El Salvador y el otro por todas las mujeres que darían cualquier cosa por estar en mi lugar». Juan Carlos rompió el protocolo y no le importó el objetivo de la visita y le lanzó un puñado de preguntas: que si era cierto que «Ojalá» se la dedicaba a Fidel, en quién realmente se había inspirado al escribir «El mayor»… en fin, ¡se volvió loco barbarito!
Después de una larga discusión y de exponerle todos los detalles de nuestra estrategia, Silvio dijo que sí, pero que todavía tenía sus dudas de si le darían la entrada. Regresamos, y después de varios meses de ardua campaña para convencer a quien debíamos convencer, finalmente en Estados Unidos decidieron otorgarle la visa cultural para que pudiese venir a tocar a tierras gringas.
Yo ya no pude regresar a Cuba a darle la noticia. Silvio preguntó qué era lo que tenía que hacer, y nuestro enviado le dijo serenamente: «Lo único que debes hacer es ir con tu pasaporte y hacer la fila en la embajada de Estados Unidos». Silvio solo se reculó y entonó algo así como: «Chicos, ustedes están locos. Jamás voy a ir a hacer cola. Ya se imaginan los periódicos de Miami con sus titulares: “Silvio hace cola para pedir asilo”. Jamás me prestaré a eso». Su reacción fue como balde de agua fría. Hasta ahí llegó nuestra aventura. Nos quedamos «como esperando abril».
PD1: María de los Ángeles es la hermana de Silvio, y en esos momentos, su representante.
PD2: Tiempo después, Silvio finalmente pudo obtener la visa y dio una gira de conciertos en Nueva York y Los Ángeles. No sé si le llevaron la visa a su casa y no hizo la cola obligatoria en la Oficina de Negocios de EE. UU. en Cuba.