Desde siempre admiré a los surfistas que armados de su «equilibrio mental», su tabla y una envidiable condición física serpentean sobre las imponentes olas de nuestro bello y siempre atractivo océano Pacífico, el que golpea con delicadeza o rudeza las playas de La Libertad, o las de la playa Las Flores, en San Miguel, para provocar olas de clase mundial.
Pero ahora admiro más a estos deportistas que a base de esfuerzo y sin tener por décadas un respaldo estatal como ahora se mantuvieron firmes sobre las olas, y primero atraían a admiradores y luego a turistas. Algunos de esos surfistas se convirtieron en emprendedores y la cosa cambió. Ahora atraen a competidores de todo el mundo y la admiración de connotados exsurfistas, como el peruano Karín Sierralta, quien es vicepresidente de la International Surfing Association (ISA), quien lo dice a los cuatro vientos: El Salvador tiene playas majestuosas y es una joya del surf mundial.
Y lo dice alguien que tiene más de dos décadas de visitar El Salvador, de haber atestiguado la transformación de varios de los jóvenes surfistas que conoció y los cambios en torno del deporte y del país.
Al igual que Sierralta, ahora también admiro cómo desde la apuesta gubernamental por este deporte se ha logrado lo que pocas naciones en la región: posicionar a un país como referente del surf mundial, y no solo como un tema deportivo, sino hasta empresarial y de atracción turística.
Y de testigos tenemos a los representantes de 64 países que compiten esta vez entre el 31 de mayo y el 7 de junio, incluyendo por primera vez a surfistas de India, República Checa, Letonia, Mauricio —una nación insular en el océano Índico— y Trinidad y Tobago; son 300 surfistas que han estado dominando las mejores olas de El Salvador para buscar conquistar alguna de las ocho plazas en disputa para los Juegos Olímpicos de París 2024, cuatro en masculino y cuatro en femenino, y otras tantas plazas para los Juegos Panamericanos a desarrollarse en Chile al final de este año.
Y este es el segundo de seis torneos de alta competencia que el país desarrollará en este año, algo que también lo vuelve inédito, envidiable y gratificante. La marca El Salvador ha dejado de estar relacionada solo con aspectos negativos, con guerra civil y pandillas.
Es ahora cuando la marca y la apuesta por Surf City brilla gracias a un esfuerzo gubernamental enorme, tan enorme como el reto que El Salvador enfrentará desde el 23 de junio hasta el 8 de julio al ser anfitrión de los XXIV Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Y en este desafío es menester reconocer a la organización, al Cossan 2023, que se tomó el reto, con un año y medio de desventaja desde la designación original —luego de que Panamá desistió de organizarlos—, y por supuesto a los voluntarios que son desde ya los grandes ganadores.
En cada evento deportivo como el que se avecina los que muchas veces no se ven, pero están y son determinantes para la organización son los voluntarios, y ellos son los llamados a ser cada uno embajadores de su país, son el contacto directo con los deportistas, delegados y visitantes.
Y ahí radica la importancia de por qué hay más de 4,000 voluntarios, entre jóvenes, adultos, universitarios, estudiantes y profesionales apoyando la causa de los juegos, una causa que debería estar siendo arropada por cada uno de los salvadoreños, porque no solo se trata de un evento deportivo sino de una vitrina continental. En San Salvador 2023 estarán los mejores deportistas de 37 países.
Desde ya los ciudadanos debemos ponernos de pie y rendir aplausos para cada uno de los voluntarios, personas que están aportando su tiempo, conocimientos, talento y esfuerzo por demostrar que, así como las olas del país son de clase mundial, también El Salvador tiene jóvenes y adultos comprometidos con hacer bien las cosas, convencidos de que contribuir como voluntarios es tan valioso como competir en atletismo, judo, natación o fútbol en nombre de su país.