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ace muchos años, desde que llegué a vivir a la Ciudad de México, me veía bombardeada de frases identitarias sobre el ser chilango. Esto, de alguna manera, se potencia en la comida y en los barrios. Así, YouTube y blogs se han llenado de contenidos sobre las mejores taquerías, tortas de chilaquiles, tamales o garnachas de la Ciudad que todo individuo debe probar alguna vez en su vida.
Muchos de los restaurantes o puestos callejeros que recomendaban se encontraban en el centro de la capital, específicamente, en los lugares más turísticos y clasemedieros. Recuerdo, por ejemplo, cuando algún youtubero recomendó una taquería hípster. Fue uno de los videos más graciosos que he visto: el dueño de la taquería era un individuo que, aburrido y con unos pesos de sobra, había decidido preguntarle a su abuelita la receta del suadero para abrir su taquería porque, en sus palabras, este platillo «conforma la esencia del mexicano, del chilango». A pesar de ese tipo de sitios que, personalmente, me parecían una tomada de pelo, había algunos que se antojaba visitar, por lo que, en algún momento, fui a uno que otro. No voy a negar que algunos de esos lugares vendían comida, como las tortas de chilaquiles de un puesto callejero de la Roma, deliciosa, mas no exquisita. Sin embargo, conforme la fama de estos locales o puestos callejeros creció, la calidad de sus alimentos disminuyó, tal como le sucedió a la taquería Los Cocuyos.
Entonces, ¿realmente esos lugares representaban lo chilango? No. Yo creo que no. Si bien es innegable que algunos de esos alimentos tan recurrentes en los videos de YouTube conforman la pirámide alimenticia del citadino, lo chilango no está en las calles de la Roma o de la Narvarte. Está en los barrios populares de la capital e, incluso, fuera de ella, en la zona metropolitana. Por mencionar algunos ejemplos, los mejores tacos de tripa que he probado están en Tepito; los mejores tacos al pastor, en Coacalco, y las mejores gorditas, en Texcoco. Incluso, dudaría de que exista un alimento propiamente chilango, porque gran parte de la población de la Ciudad de México proviene de tantos rincones del país y se ha quedado para echar raíces. Gracias a ellos, la gastronomía se ha nutrido de otras opciones, como La Cañita, las carnitas de El Gato o de los mariscos El Paisa en Jamaica.
En ese sentido, cabría plantearse de dónde nace esa necesidad de demostrar al mundo que existe algo esencialmente chilango y que se encuentra en aquellos lugares donde el capitalino promedio, aquel que realmente crea esa esencia desde sus barrios, no puede entrar por razones económicas, raciales, culturales y geográficas. Así, me atrevo a afirmar que los youtuberos mexicanos, junto con aquellos pequeños negocios clasemedieros, han capitalizado lo chilango, lo han centralizado en sus espacios, de modo que se olvidan espacios, colores, olores y sabores que realmente lo configuran multiculturalmente: ese gris cochambroso de las calles donde se enfilan las taquerías, las torterías y juguerías de mala muerte; ese olor a carnes frescas, a flores de distintos tipos y a fruta de los mercados periféricos; ese ruido tan pintoresco del carrito de los camotes que aparece en toda película o serie de la capital…