En el artículo de Juan Ricardo Hecht «Las pandillas en El Salvador, un nuevo tipo de insurgencia» se hace un diagnóstico muy completo del nacimiento de estas organizaciones criminales, sus orígenes, móviles y composición en sus procesos de constitución, radicación social y las conexiones estructurales que las mantienen. Pero desde un punto de vista eminentemente técnico, llegándose a considerarlas como facciones de carácter insurgente con la intención de desestabilizar al Estado. Facciones que son utilizadas regularmente por intereses políticos en la tendencia de manipulación de las masas en favor de una opción electoral o partidaria, o para el chantaje en beneficio del poder.
Ante cualquiera que fuese su razón de ser y actuar en la sociedad, el final de estas organizaciones en sí mismas es criminal, atentatorio de subvertir el orden establecido por la sociedad en la Constitución y sus leyes. Nada justifica su permanencia en nuestra sociedad. O sea, nunca debieron surgir en nuestra sociedad como engendros desestabilizadores de la razón social y la conducta ciudadana.
Decir por ejemplo que de alguna manera el medio social genere y justifique estos inadaptados por el desamparo a las comunidades marginales tampoco es acertado, porque no es un producto masivo, sino muy selectivo de individuos dentro de cualquier marco o estrato social que optan por militar, participar y usufructuar beneficios en esas estructuras criminales. Son decisiones muy personales de ser integrantes de esas estructuras y embarcarse en «tareas» que dañan su propio círculo social y familiar.
Aquí es donde quiero detenerme: en el dolor humano que causan a sus familiares y a sí mismos cuando actúan en esas pandillas, y los politiqueros se aprovechan con intenciones bastardas, sin importarles ese dolor del pueblo, esos miles de seres humanos víctimas de las pandillas, empezando por sus propias madres, padres, hijos, que quedan al margen como desechos de la sociedad por la vil, inconsciente o consciente actitud de un miembro de la familia que escoge el crimen como «modus operandi»… ¿Por qué es un marginal? ¿Un renegado social? No. El Estado tiene sus canales, sus proyectos, acciones de incorporación al mercado de trabajo, sus oportunidades para que, como millares de ciudadanos, sobrevivan aun en condiciones difíciles, pero ninguno de ellos termina como criminal, poniendo peaje, multas por paso o rentas a sus ingresos por trabajar; no tienen todos esa maldad en sus corazones por el hecho de ser pobres, de que no les hayan llegado los beneficios del Estado. Inclusive se ha demostrado fehacientemente que muchos cabecillas de esas pandillas son parte de otros niveles sociales, hasta «líderes» políticos que manejan sus pequeños o grandes ejércitos de pandilleros, sirviéndoles incondicionalmente. No es solo entre las clases necesitadas que surgen estos maleantes. Los hay de cuello blanco también; entonces, el Estado tiene un compromiso con el país, y en esta ocasión, esta vez, tenemos un Gobierno que toma la decisión que jamás tomó otro en toda su historia: Acabar con esa lacra, con ese cáncer, esa banda de parásitos que expolian la dignidad y el prestigio de nuestro país y obstaculizan el desarrollo y la paz de un pueblo y empeña todas sus fuerzas para detenerlos, y hasta hoy encierra más de 50,000 integrantes o sospechosos de estar vinculados con el crimen, que asesinaban hasta a más de 50 ciudadanos a diario impunemente, sin que nadie los detuviera, con la complicidad de muchos que hoy hacen alharaca de defender derechos humanos, y jamás abrieron sus bocas para condenar los crímenes de lesa humanidad.
Pero hoy este Gobierno, ante la responsabilidad con más de 7 millones de habitantes, hace una redada y los encierra usando todos los protocolos que le ofrece la Constitución, y el pueblo respira en sus colonias, en sus comunidades; al fin ve una luz entre la asfixia en la que lo tenían por décadas e impunemente ningún Gobierno había hecho nada más que negociar, llenarles las alforjas, complacer sus placeres atiborrándolos de aguardiente y prostitución.
Hoy tomamos las riendas del deber y vamos conquistando la paz para nuestro pueblo. Calmar el dolor humano.