Su alto conocimiento en sexología y su humor le permiten tocar temas sensibles, aconsejar en medio de un espectáculo y hasta ser una fuente de consulta por chat. Ella es una señora de pensamiento libre, y aunque es una señora de vestido elegante traído de Miami, no tiene reparo en decir las cosas como le salen. Ella es Déborah Penélope, la defensora de las mujeres y enemiga de los hombres infieles, la sexóloga más famosa de El Salvador. La gran señora lleva 26 años en los escenarios, entre trote y trote, después de visitar San Miguel y la frontera en La Unión, apartó un espacio para platicar sobre sus 26 años de carrera, temas personales como sus «quereres» y los problemas sexuales que más le preocupan a mujeres y hombres.
¿Cómo ha evolucionado el público en este tiempo con la comedia pícara y de doble sentido?
Yo decidí ser comediante para adultos. He leído mucho sobre sexología. Soy una sexóloga, la más famosa de El Salvador. Soy la defensora de las mujeres y la enemiga de los hombres infieles. Ese es mi show, yo no me meto con las mujeres y ellas, felices de que les hagan pedazos al marido. Ese es el chiste. Mire, las mujeres van y aunque el hombre se quiera ir no puede, porque ellas quieren ver el show. No tiene idea de cómo pega el show con las mujeres, a los hombres les gusta, pero las mujeres se sienten identificadas porque yo abordo muchos chistes de problemas íntimos, de alcoba y yo los hago chistes. Quiérase o no, las parejas se han de recordar. Yo veo cuando cuento cosas, y veo que la mujer codea al hombre. Una vez estaba hablando y decía: «El hombre con el pene pequeño»… y una señora gritó: «¡O sea despalomado!», y la gente explotó en risa y yo también. Pero la verdad es que ya estoy en fiestas patronales, jaripeos, fiestas. El internet fue abriendo mucho la mentalidad de la gente, eso se puso a mi favor para abrir más el show.
En el interior del país es bastante demandado el show.
Es una evolución. Al principio, solo era San Salvador, San Miguel y Santa Ana en bares y a lo más Sonsonate. De repente, no me pregunte qué pasó, hace como siete años que el show se disparó. Yo ando en todo El Salvador. Ya fui a Italia una vez; me llevó un señor que lleva grupos musicales. Tuve tres presentaciones en Milán. Yo desde que puse un pie en Europa dije: «Disfrutá esto». Este año iba a ir otra vez, pero la pandemia ya no me dejó. También ya me dieron la visa para Estados Unidos, pero igual se vino la pandemia.
En los primerísimos años, usted usaba el pelo colocho, casi afro y negro, ¿cómo fue estilizando su imagen?
Fue el público. Las mujeres se fijan en todo: en los zapatos, en las manos; ven si combinan las cosas y poco a poco uno va entendiendo. Entonces yo dije: «Tengo que mejorar». Mi vestuario viene de Miami. Mi asistente tiene familia allá y vienen seguido y he aprovechado eso porque no es fácil ser una señora gorda, porque el chiste es que yo me acerque a los señores, les cante canciones y que sea esta señora gorda que se cree la Jennifer López, y eso es lo que da risa. Se ve una maitra gorda que se cree un «culazo». Es hacer de defectos virtudes, mis canciones son básicas.
¿Qué anécdotas divertidas recuerda, Déborah?
Una vez me pasó algo terrible en un jaripeo, le voy a contar. Me voy a Suchitoto, pasé el lago en el ferri y llegué con tiempo. Nunca empezaba el show y le digo al encargado: «Mire, usted me ha dado un anticipo, pero tengo un show de aquí al hotel Bahía del Sol o empezamos ya o yo me voy». «Espéreme. Guarden los toros y que entre Déborah Penélope», dijo. Empecé a contar el show y no me pregunte qué pasó, porque habían dejado un toro en espera, no sé, pero ese toro rompió la barda y salió detrás de mí, y yo con vestido rojo. ¡Se puede imaginar! Mire, mamita, yo no hallé el camino. Yo solo salí corriendo, aplasté un volado de caca que había y me salté la verja; me han visto todo atrás y caí sentada al otro lado. Le dije al señor: «Perdone que hice poco del show», y me dijo: «No, no se preocupe, me doy por satisfecho» [ríe]. Pero es que el público no paraba de reír. Otra vez me llevaron a una fiesta patronal en San Luis La Reina. Llegué vestida y salí después de la elección del rey y la reina, pero de la tercera edad; solo había ancianos. ¡Casi con la camándula en la mano! Se puede imaginar cómo hacer reír a esos viejitos; y yo hablándoles de sexo [ríe]. Son situaciones.
¿Nunca le dio pena salir a los escenarios a hablar?
No hay artista que no se ponga nervioso al salir. Es más, con mi experiencia ahorita puedo estar aquí y solo me muevo, salgo y actúo, porque ya soy una vieja ‘escueliada’. Pero sí, en el transcurso de la carrera hay muchas presentaciones donde una se pone nerviosa y hasta planea lo que va a hacer. Ahora, yo tengo un asistente que tiene una sincronía fabulosa. Ese muchacho es mi hijo casi; aparte de que está entregado en su trabajo, conoce mis emociones, y cuando me trabo me pone música o un efecto y me saca de lo que estoy. Eso a cualquiera nos puede pasar.
¿Cómo se convierte en sexóloga?, ¿no la regañó su mamá por subirse a hablar de sexo a los escenarios?
Nunca se dio cuenta de que tenía una niña precoz [ríe]. Desde niña me gustaba leer libros de sexología, no había internet. Mi papá tenía una librería de libros usados se llamaba Segunda Lectura, en el centro. Allí yo le decía: «Consígame libros así». Y me preguntaba: «¿Para qué?». «Me llama la atención», le decía. A regañadientes, me daba más de algún libro y yo conseguía por otro lado, o me iba a la Biblioteca Nacional a leer cosas así. Yo he leído mucho siempre, mi papá me documentó.
¿Qué consejos le piden como sexóloga?
Por chat, incluso, unos hombres que salen con unos problemas «tengo el pene diminuto», «que lo tengo de lado»; otro, que tenía ‘dienteveo’ en el pene. ¡Yo me imaginaba ese pene como que era dálmata! Pero, mire, tengo que ver cómo los aconsejo. Más que todo son hombres. También me salen propuestas indecorosas. Pero soy bien cuadrada. Yo les advierto. Me salió un hombre enamorado y no hallaba cómo decirle que era imposible.
Usted se ha casado varias veces, ¿ha tenido varios quereres?
Sí, una mujer que ha aprendido todo en base al sudor de mis piernas [ríe]. Me he casado un montón de veces; ya me casé con René Alonso, con Alfredo José, con King Flyp. Han sido varios.
¿Qué anécdotas le han servido para el show?
Por ejemplo, la falta de sexo provoca amargura en las mujeres; la queja del hombre es que ella solo amargada anda. Pero no se pone a pensar que él es responsable. Porque cuando se casan solo encima de una pasan, y una hasta echando chispas. Pero ya después solo pasan ocupados, y esa mujer tiene que dar gracias si le dan sexo dos veces al año y aun así quieren que la mujer ande contenta siempre. El sexo es básico, para mí es importantísimo. Con el sexo en la cama se arreglan los problemas de cualquier tipo de infidelidades, carencia de pisto.
¿Infidelidades?
Hasta la infidelidad se arregla en la cama, mija. Eso sí, la mujer tiene que superar el daño. En eso unas duran años y otras meses, pero en la cama allí al día siguiente están de la mano. También problemas de mujeres galgas. ¿Y esas cuáles son? Ese término es mío, yo le llamo ‘galguitud vulvática severa’.
¿Cuál es esa patología?
‘Peperechona’ [ríe].
¿Qué le recomienda?
Una de dos: si él la conoció desde el inicio así; él sabe a qué atenerse y cómo calmar esos ímpetus. Si es un hombre que se mete con una mujer que le digan ‘la siete polvos’, mejor que salga corriendo si es un tipo tranquilo, sino que la soque.
¿Qué tema ha sentido difícil hablar o aborda todos los temas?
De todos los temas hablo.
¿No ha tenido problemas por hablar de temas picantes siendo una señora?
Por el contrario, da curiosidad: gallina vieja da mejor caldo.
Sin ser indiscretos, ¿cómo cuántos quereres ha tenido?
No nos metamos en cosas utópicas o de ciencia ficción, mejor dejémoslo en que soy una señora experta.
¿Alguna experiencia personal que cuente en el show y cómo lo resolvió con toda su experticia?
Son tantas cosas. El sexo como es tan amplio, complicado, versátil, de mucha improvisación. No sigo un manual, siempre estoy a la vanguardia, pueden ser posiciones diversas como el ‘caramelo en cumbo de leche’, ‘cusuco al trote’. No le puedo decir cómo es, porque tendría que tener un modelo a la par [ríe].
Usted dice que está a la vanguardia, ¿cuál es el tema de vanguardia?
Principalmente, los tamaños del pene en las conversaciones de las mujeres. ¡Qué barbaridad! Yo por eso a muchos hombres les digo: «Si lo tenés pequeñín, pichí, hijito, ¡usá la lengua!». Hay que ser versátil; y muchas mujeres que he conocido ‘guerriadas’ que se han acostado con un montón de hombres, y hombres dotados, y vienen a quedar enamoradas de hombres con un ‘mini me’. Pero ¿cuál es el reto? Las locuras que hacen con la boca o a saber qué cosas, y ese hombre le halló el punto G a la mujer. Entonces, no necesariamente el tamaño es básico, sino las artimañas que tiene que usar para compensar la carencia que tiene.
En el show, ¿cómo es su relación con las señoras?
Primero que nada, yo tengo que ganarme su confianza, cuando me ven piensan que las voy a atacar. Yo de entrada les digo que soy defensora de las mujeres, enemiga de los hombres infieles. A todas nos une el ‘pussy power’. Hago sentirlas en confianza, que con ellas no me voy a meter. Después hasta interactúan conmigo y dicen cosas, esa es la confianza que se gana de entrada. Yo no necesito bailar ni andarme moviendo para hacer reír, si yo puedo estar parada será suficiente. La gente está pendiente de lo que sale de mi boca, de lo que hablo.
Déborah, ¿usted es feminista?
Sí, depende de las circunstancias. No me siento feminista en todo aspecto, siento que cada cosa tiene su objeción también.
¿Qué piensa de la libertad sexual?
Es que el problema es la promiscuidad. Los tiempos han cambiado y el tema de la virginidad ya no es posible. Estoy de acuerdo que la mujer experimente tanto como el hombre. Pero no estoy de acuerdo en que la mujer pierda la reputación, porque vivimos en una sociedad que nos rodea. Si uno quiere libertad, bien; otra cosa es el libertinaje. Todo tiene un equilibrio, todo tiene un hasta aquí. ¿Hasta dónde espera llegar, Déborah? La edad quiérase o no es una limitante. Una tiene que estar consciente de eso. Mucha gente me ha dicho cinco años más; y otra, hasta donde las fuerzas físicas lo permitan. Si Dios me da salud, la fuerza y la creatividad para seguir. Cuando sienta que ya no, me voy a retirar. De hecho, estoy pensando que ya es hora de poner un negocio.