Poco antes de que finalizara el año lectivo anterior, pude ver en un periódico de esos que hacen eco de cualquier protesta, siempre y cuando sea en contra del Gobierno, a ciertas organizaciones que aglutinan a maestros manifestarse públicamente cuando desde el Ministerio de Educación se señaló que una de las falencias en el sistema educativo era la mala preparación y la falta de vocación en muchos docentes, algo que, al parecer, aludió o no gustó a más de alguno.
Sin embargo, y a fuerza de ser sincero, hay bastante de cierto en esos señalamientos, pues como padre de familia yo mismo he sido testigo que en el sistema educativo del país hay muchos maestros con una pésima caligrafía, que no saben redactar ni siquiera una pequeña nota, que su gramática y su ortografía dejan mucho que desear, que la preparación misma en las materias que se suponen especializados es deficiente y que su comportamiento dista mucho de la forma en que deberían hacerlo como educadores. Lo grave es que eso es algo común en la mayoría de los centros de estudio y en casi todos los niveles de la enseñanza. No obstante, organizaciones magisteriales, principalmente aquellas alineadas a partidos políticos opositores, lo niegan y ponen el grito en el cielo cada vez que el tema se menciona.
La calidad de la enseñanza en el país ha caído en niveles lamentables. Tanto es así que la posibilidad de que más de algún alumno llegue a mostrar más conocimiento y mejor comportamiento que muchos maestros del sistema no es cosa del otro mundo.
Si el simple hecho de mencionar esas fallas puntuales en el sector docente lo cual, sin duda, provoca molestia, diera como resultado la separación de un funcionario, se estaría, con eso, sentando un mal precedente, pues entonces los malos maestros y sus protectores creerían que han ganado la partida torciendo el brazo a las autoridades. Si algo así llegara a suceder, no dudemos que en posteriores ocasiones utilizarán la misma estrategia y recurrirán a la protesta y a la queja de que son maltratados para evitar que deficiencias tan graves y que hacen tanto daño a la educación de nuestros niños y jóvenes sean señaladas y corregidas.
Que no olviden estas organizaciones que los llamados a colaborar para enmendar esas fallas y a dignificar al magisterio son ellos mismos, y que oponerse a la transformación y modernización de un sistema que está pasando a ser obsoleto no abona en nada; contrario a eso, pone en entredicho sus acciones.
Nuestro sistema educativo tuvo en el pasado varias reformas, las cuales no han sido precisamente para mejorarlo. Una de esas fue el desmantelamiento de las Escuelas Normales para dejar luego la formación de los maestros a las universidades que, al parecer, algunas no hacen bien su trabajo, pues han engrosado el sistema con maestros poco preparados y sin ninguna vocación. Pienso que en los métodos que estas casas de estudio tienen para la formación docente es donde el Ministerio de Educación debería poner especial atención.
P. D. Dedico este artículo a quienes fueron mis maestros de 1.º, 2.º y 3.er ciclo, egresados ambos de las Escuelas Normales y residentes en la ciudad de Armenia, ellos son doña Miriam de Guerrero y don Virgilio Barahona, a quienes saludo con mucho cariño.