Era parte de un grupo de caminantes que hizo ejercicios físicos de 6 a 7 de la mañana (si no llovía), en el parque San José, a dos cuadras de la ciudad universitaria, durante aproximadamente tres años antes de la pandemia de la COVID-19.
A las 7 de la mañana, nos dirigíamos al comedor que estaba enfrente de dicho parque. Todo el espacio que ocupaban las mesas tenía una magnífica vista de casi todo el parque, lo que nos permitía ver a los caminantes, y alguien del grupo estaba pendiente de calcular cuántas vueltas le habían dado. Cada uno escogía los componentes de su desayuno, pagaba y se sentaba en una larga mesa que se encontraba en el centro del local; allí se nos unían tres vendedores que llegaban a desayunar.
Durante una hora comíamos y charlábamos amigablemente sobre varios temas: historias de vida, comentarios sobre las familias, situación política del país, estado de salud y carácter de los participantes, particularidades del esfuerzo pastoral de uno que era médico, novedades de películas y videos, proyectos de construcción que había ejecutado el ingeniero, estado de las ventas de bienes y servicios, experiencias amorosas de los presentes y conocidos, resultados del deporte internacional y nacional, naturaleza del trabajo y del carácter de cada uno, chistes, experiencias paranormales, calidad de la comida que servían en el lugar, problemas personales de la dueña del local y de su grupo familiar, comentarios sobre el mantenimiento que la municipalidad de San Salvador le daba al parque y usuarios regulares e irregulares de este. En pocos casos se agregaban al grupo familiares o amigos.
En el caso de los relatos de vida, los especialistas eran el abogado, quien había conocido a muchos personajes relacionados con la administración de la justicia y le gustaba decir las cosas con el detalle necesario; el médico y también pastor de una iglesia cristiana, quien por lo general hablaba de casos especiales de pacientes, pero lo más frecuente era la vida cotidiana de Cristo; el ingeniero, que generalmente hacía relatos de algunos de sus clientes del pasado, de personajes que habían sido ministros de Obras Públicas, así como de militares de alto rango; el Chileno, de quien nunca tuvimos claro si realmente había nacido en Chile, pero hablaba como chileno y el tema de su predilección eran los presos políticos luego de la caída del presidente Salvador Allende; el resto hacíamos comentarios de esos relatos, de las noticias del día, experiencias personales y chambres (rumores) en general.
Aunque se hablaba de todo, el análisis de lo dicho debía ser riguroso. Un abogado, que era uno de los de mayor edad, ponía el orden en las reuniones. Las participaciones no debían ser muy largas (máximo alrededor de cinco minutos), aunque podía contar otra historia del mismo personaje cuando alguno del grupo lo solicitara, en otra ocasión, o porque se podía enfermar de los nervios o el corazón si no lo hacía. El abogado se encargaba de dirigir la discusión que se creaba en los 10 minutos siguientes.
Un domingo, aproximadamente cada mes, la mayoría de los integrantes del grupo se trasladaba a desayunar a otro lugar para cambiar de ambiente y quedarnos conversando más tiempo.