Pregunte a cualquiera con la suficiente edad para recordar cómo se viajaba antes del 11 de septiembre de 2001 y seguramente obtendrá un recuento de lo que era volar sin obstáculos.
Había un control de seguridad, pero no era ni de lejos tan intrusivo. No había largas filas de control. Los pasajeros y sus familiares podían caminar juntos hasta la puerta de embarque y posponer los abrazos de despedida hasta el último momento posible. En general, una experiencia en el aeropuerto significaba mucho menos estrés.
Todo eso terminó cuando cuatro aviones secuestrados fueron estrellados contra las torres del World Trade Center, el Pentágono y un campo en Pensilvania.
El peor ataque terrorista en suelo estadounidense condujo a mayores medidas de seguridad —a veces llenas de tensión— en los aeropuertos de todo el mundo, destinadas a prevenir que se repita ese terrible día. El cataclismo también ha contribuido a otros cambios, grandes y pequeños, que han dado una nueva forma a la industria de las aerolíneas y, para los consumidores, han hecho que los viajes aéreos sean más estresantes que nunca.
Dos meses después de los ataques, el presidente George W. Bush firmó una legislación que creó la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA, por sus siglas en inglés), una fuerza de inspectores federales de aeropuertos que reemplazó a las empresas privadas que las aerolíneas contrataban para manejar la seguridad. La ley requirió que todas las maletas facturadas fueran revisadas, que se reforzaran las puertas de la cabina y que se pusieran más agentes federales aéreos en los vuelos.
No ha habido otro 11 de septiembre. Ni siquiera algo cercano. Pero después de ese día, volar cambió para siempre.
Nuevas amenazas, preocupaciones sobre la privacidad
Las medidas de seguridad evolucionaron con las nuevas amenazas, por lo que se pidió a los viajeros que se quitaran los cinturones y sacaran algunos artículos de las maletas para escanearlos. Cosas que claramente podían ser utilizada como armas, como las navajas que usaron los secuestradores del 11 de septiembre, fueron prohibidas.
Después de que el «bombardero de los zapatos» Richard Reid intentara tomar un vuelo de París a Miami a fines de 2001 con explosivos en los zapatos, el calzado comenzó a removerse en los puestos de control de seguridad.
Cada requisito nuevo parecía alargar las filas de los puestos de control, lo que obligaba a los pasajeros a llegar más temprano al aeropuerto si querían realizar sus vuelos. Para muchos viajeros, otras reglas eran más desconcertantes, como los límites de líquidos porque algunos podrían utilizarse posiblemente para elaborar una bomba.
«Es una molestia mucho mayor que antes del 11 de septiembre -mucho más grande- pero nos hemos acostumbrado», dijo Ronald Briggs mientras él y su esposa, Jeanne, esperaban en el Aeropuerto Internacional de Dallas/Fort Worth su vuelo a Londres el mes pasado. Los jubilados del norte de Texas, quienes viajaban con frecuencia antes de la pandemia, dijeron que les preocupa más el COVID-19 que el terrorismo.
«El punto sobre quitarnos los zapatos debido a un incidente en un avión parece un tanto extremo», dijo Ronald Briggs, «pero el prerregistro funciona bastante bien y he aprendido a usar un cinturón de plástico para no tener que quitármelo».
Las largas filas creadas por las medidas posteriores al ataque dieron lugar a los «programas de viajero confiable” PreCheck y Global Entry en los que las personas que pagan una tarifa y proporcionan cierta información sobre sí mismas pasan por los puntos de control sin quitarse los zapatos y las chaquetas ni sacar las computadoras portátiles de sus maletas de cabina.