Ir con toda la familia a enflorar la tumba de los seres queridos, apreciar todo el color que inunda los camposantos y ver a las familias reunidas para recordar a los que ya partieron es solo la punta de todo un iceberg que resulta ser el Día de los Difuntos en El Salvador.
Históricamente, las fechas del 1.º y 2 de noviembre son una festividad solemne en El Salvador. Sin embargo, también se han convertido en el espacio en que el país revive una herencia prehispánica mezclada con la tradición religiosa.
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Según Israel Cortez Ruiz, historiador del Ministerio de Cultura, el 1 y 2 de noviembre son fechas en las que la herencia prehispánica se muestra vigente. «El componente prehispánico lo vemos en la idea de que el alma regresa a su casa y de que ese día se puede conmemorar una vida que perdura más allá de la realidad física», explicó.
«Los pueblos prehispánicos tenían una visión cíclica de la realidad. Para ellos, la muerte no era un final, sino la parte de un ciclo en el cual la persona moría en su cuerpo, pero regresaba a la tierra y al cosmos, uniéndose a la naturaleza», agregó.
En cuanto al componente religioso, indicó que también para la Iglesia católica estas fechas son importantes. «El 1.º de noviembre es el Día de Todos los Santos, el día que se le dedica a aquellos santos que no tienen una fecha en el calendario. El 2 es para conmemorar a quienes murieron en la fe católica».
De herencias y modernidades
En El Salvador, hay festejos que encarnan perfectamente las ideas de la herencia prehispánica y las tradiciones religiosas. Una de ellas es las calabiuzas, donde cada 1.º de noviembre, Tonacatepeque se caracteriza por los desfiles en los que jóvenes, niños y adultos se disfrazan de calaveras y personajes de la mitología salvadoreña.
«Antiguamente, los niños salían por la noche a pedir ayote a las casas. Según los registros, esta tradición se perdió con el conflicto armado, aunque a finales de los ochenta fue retomada, sobre todo, por los adultos», agregó el experto.
«En los noventa, la fiesta se fue transformando porque los jóvenes, con la influencia de Halloween, empezaron a disfrazarse», agregó.
Otro festejo clave es los altares, en Izalco, donde la tradición prehispánica está mucho muy presente. «El altar debe permanecer toda la noche y amanecer el 2, el Día de los Difuntos», explicó el historiador.
Los altares deben componerse de tres niveles: el primero representa la vida terrenal del difunto, el segundo es la transición entre la vida terrenal y el ciclo espiritual, mientras que el tercero es la representación de la vida fuera del plano material.
En los altares se coloca la flor de muerto o cempasúchil, que desde la época previa a los españoles era una ofrenda a los difuntos porque en la cosmogonía mesoamericana «se piensa que esta flor fue un regalo del dios Sol».
Estas tradiciones son solo algunas de las muchas que visten a El Salvador de flores, color y tradición en el Día de los Difuntos.
Todas son parte de nuestra historia y permiten que el legado de la herencia prehispánica y el fulgor del corazón devoto de muchos salvadoreños permanezca latiendo.