Me preguntan cómo sacar el máximo provecho de una discusión, especialmente si esa discusión es entre padres e hijos. Las discusiones entre padres e hijos son inevitables y se incrementan en la medida que el hijo se vuelve adolescente. La preocupación de los padres para que los hijos transiten por la adolescencia sin mayores problemas hace necesario que se establezcan normas, disciplina y controles para que el adolescente tenga el mínimo de problema posible, y los problemas que son inevitables no generen situaciones lamentables a largo plazo.
Pero resulta que los hijos se resisten a estas normativas disciplinarias por considerarlas innecesarias y, por tanto, inútiles y tienden a estar, en la mayoría de las veces, en una lucha constante contra esas normas que papá y mamá deben hacer valer.
Esto obliga a que las discusiones se vuelvan frecuentes, lo que resulta agotador para ambas partes y se produce la sensación de que esas discusiones son una pérdida de tiempo, y lo que es peor, las emociones se desbordan y aparecen sentimientos negativos –como el resentimiento y el odio- que no debería existir entre padres e hijos.
Aquí algunos consejos para que estas discusiones sean de máximo provecho:
Tenga discusiones cortas. Evite que las discusiones con el hijo o con la hija sean interminables. Una saludable discusión no debe superar la media hora. Más allá de eso es redundante y se involucran aspectos que no son relevantes a lo que se quiere resolver.
Las discusiones deben ser puntuales. Es decir, que se debe analizar una sola cosa de la conducta que interesa resolver. De esa manera se evitarán confusiones. Enfóquese en un solo aspecto y sea claro y preciso de por qué ese comportamiento es un problema. Esto obliga a los padres a enfocarse en lo que saben, no en lo que suponen.
Procure mantener la calma, evitando el enojo. Si usted discute enojado no va a tener claridad para analizar y razonar de manera madura y justa, por lo que muy probablemente no resuelva nada, aunque imponga su autoridad.
Preocúpese más por escuchar lo que su hijo o su hija tenga que decir, que lo que usted tenga que expresar.
Al final de la discusión siempre debe haber conclusiones y compromisos, que se deben expresar en términos de comportamientos, no de buenas intenciones. Se deben enfocar en hechos, en acciones que se puedan observar, no en intenciones subjetivas que no se pueden identificar.
Con ese último aspecto, para que sea fructífera la discusión, hay que tomar en cuenta que también papá y mamá deben expresar sus conclusiones y sus propios compromisos. Es decir, no solo el hijo o la hija deberán plantear la conclusión a la que llega y los compromisos a los que se verá obligado a cumplir. Este es un asunto en que ambas partes deben hacerse responsables.
Un último aspecto, especialmente para los adultos, es que se debe tener un poco de paciencia para obtener los cambios deseados. Una discusión adecuadamente desarrollada no es un acto de magia, no es un abracadabra para obtener resultados mágicos e inmediatos. Los cambios conductuales requieren un poco de tiempo para que sean reales y permanentes.