Mientras una señora se daba un baño de ternura frente a las cámaras de televisión, en una plazuela pública, protestando con un perro herido entre sus brazos por el maltrato de estos animales callejeros, desde su silla de ruedas un entrevistador de televisión se acerca a la señora y le pregunta:
— Dígame, señora, ¿qué persigue usted con esta protesta pública?
— Sencillamente, señor, llamar la atención del público sobre la necesidad de respetar la vida de estos animales sin hogar; que, en lugar de agredirlos, los protejan, porque son seres valiosos como todos nosotros.
— ¿Y qué va a hacer usted con ese ejemplar herido que tiene entre sus brazos?
— Lo llevaré al veterinario para curarlo, y después, buscaré quién se haga cargo de él.
El entrevistador televisivo se acerca al perro herido y observa cuidadosamente que lo que parecen lesiones a simple vista, no eran tales, sino dibujos aparentando lesiones; sin embargo, él se abstiene de emitir opinión.
Justo en ese momento pasa en el mismo sitio otra señora muy inteligente que viene de una reunión escolar, quien al ver a la entrevistada dice sorprendida: «Hace cinco días vi a esta misma señora en otra colonia de esta misma ciudad protestando por el maltrato animal y portando ese mismo perro herido que hoy lleva entre sus brazos».
— ¡Ve! ¿Quién viene a reclamarme? Personas como tú no tienen el derecho de criticar nuestra sublime misión en favor de estos animales callejeros.
— Discúlpeme, distinguida señora, pero yo no critico su activismo popular en favor de los animales callejeros; no, de ninguna manera, porque lo considero muy beneficioso. Pero sí repruebo que usted maltrate a ese perrito mal herido porque lo usa, sin curarlo, para desarrollar su valiosa labor.
— ¡No tengo tiempo para seguir escuchando chusmas! –Protestó con arrogancia ante las cámaras la señora del perro «herido»
–. Tengo tantas cosas importantes que hacer este día, como ir al supermercado, para perderlo inútilmente con esta gentuza.
— ¿Se puede saber qué alimentos compra usted en el supermercado para su cocina? —preguntó el entrevistador.
— Compro toda clase de carne: de ternera, carnero, cerdo y conejo, además de frutas y verduras.
— Se dio cuenta, señor periodista, cómo pretende humillarme esta distinguida señora discriminándome ante las cámaras –contestó la aludida–. Me discrimina llamándome chusma y gentuza por mi condición modesta. Pero debo decirle que, aunque me discrimine, no me humilla porque así tratan estas señoras a los pobres y humildes. Y lejos de humillarme, la perdono, ya que ella está llena de soberbia, altanería y prepotencia. Sí, la perdono…, sin embargo, repruebo también su doble moral. ¿Cómo es posible que llame la atención del público hacia el respeto de los animales callejeros, como los perros y gatos, y se dé el lujo de decir ante las cámaras que consume carne de ternera, carnero, cerdo y conejo? ¿Acaso estos animales no tienen el mismo derecho de vivir como los otros? ¿Por qué no se acerca a los rastros o mataderos públicos y observa con sus propios ojos la extrema violencia que ahí se usa para quitarles la vida a los bovinos, carneros, cerdos y conejos, cuya carne se vende después en las carnicerías? Para ser consecuente con su activismo callejero, distinguida señora, usted debería convertirse primero en vegetariana… por lo menos.
— Sigue esta vieja hambrienta metiendo la cuchara donde no le importa. Gente como ella, que se alimenta solo de hojas de mora y chipilín, jamás probará la rica carne que yo consumo. Por lo mismo, siente envidia de mi buena mesa, aparte de no saber distinguir entre animales para el consumo humano y las mascotas que alegran la vida de personas importantes y honestas como yo.
— ¡Manos arriba, señora! —ordena un agente del orden público, acompañado por otro y de una señora que mira con verdadera ternura a su perro herido.
— A ella, ¿verdad? –contesta la activista, señalando a quien ella misma había maltratado minutos antes.
— ¡No se haga, señora! Es a usted a quien le ordeno que levante las manos y me entregue ese perro que hace ocho días usted le robó a esta señora cuando ella lo llevaba de paseo.
— ¡Pero si lo llevo al veterinario para curarlo! —contesta la activista que miente todavía.
Y al subir las manos… el perro salió corriendo, meneando la cola y ladrando hacia su querida ama. Ella lo acaricia y lo llama Oso. ¡Un afectuoso reencuentro! También lo revisa y se alegra mucho al verlo sin lesión alguna, solo manchado con pintura roja y negra que simulan lesiones.
El agente del orden público convencido del ilícito cometido detiene a la amiga del perro ajeno y la conduce a la delegación.