Estamos en la recta final para llegar a la primera parada de nuestro camino. Ya casi son dos años y medio del Gobierno del presidente Nayib Bukele, tiempo en el que hemos vivido un proceso de transformación que ha dejado enormes satisfacciones, luego de que se rompió la camándula de falsedades y frustraciones que por años mantuvieron a El Salvador como un barco a la deriva, mientras grupúsculos minoritarios abusaban de su posición privilegiada sin darle al pueblo soluciones y bienestar.
La reflexión, en este punto del camino, es oportuna y muy necesaria no solo porque nos permite recordar cómo hemos llegado hasta este momento, sino que además nos obliga a proyectarnos, a corregir algunas deficiencias y a robustecer los aciertos, que al final son la luz de esperanza para un pueblo que durante toda su historia esperó lo mejor pero solo recibió corrupción, desidia y falsedad.
En primer lugar, este Gobierno ha logrado superar para siempre la disyuntiva entre lo ideológico y lo pragmático, entiéndase este último punto como la solución real a los problemas nacionales.
Desde su primer día, el presidente Bukele fue enfático: la gente está cansada del debate estéril y de la infertilidad que provocaba la dicotomía izquierdas-derechas, porque lo más importante en la praxis cotidiana son las políticas y los proyectos que llegan al ciudadano en cumplimiento de cada uno de sus derechos elementales.
El ejemplo más claro ha sido la lucha contra la pandemia de la COVID-19, donde el centro ha sido la defensa de la vida y de los intereses de la gente, no como en el pasado, cuando una situación de emergencia era aprovechada por sectores interesados y agendas de financistas de los políticos de turno, que veían en el dinero público un botín, mientras jugaban con uno de los aspectos más sagrados de la vida de la gente: su salud y su desarrollo humano.
Luego, podemos destacar cómo se ha venido desmontando el aparataje de intereses mezquinos y descarados que antes prevalecían en el Estado, sobre todo con la llegada de la Asamblea Legislativa y una nueva Corte Suprema de Justicia y el fiscal general, lo que ya nos tiene en los albores de una nueva era institucional de El Salvador, sin maletines negros, nepotismo y compras de voluntades o selectividades.
Esta es la principal herencia política del proyecto desideologizado que encarna el presidente Bukele: la consolidación de una fuerza representativa de los intereses reales de la ciudadanía para darle vuelta a la vieja noción de un país donde prevaleció la era de las extremas de izquierda y derecha, que con el tiempo se volvieron una sola fuerza parasitaria en afán de seguir vigentes y no desaparecer.
Es esto lo que aún no entienden esos grupos que salen esporádicamente y sin fuerza orgánica a «marchar», porque mientras son mayoría los que construyen, los pocos que destruyen solo posan para los que financian caos en nombre de la democracia o que quieren recuperar el Estado de derecho (del que tanto se vanagloria Fusades) para sus intereses particulares.
Por todo esto cobra vigencia una postura política racional. ¿Para qué hacer caso a lo que la oposición dice si sabemos que no funciona o que persigue otros objetivos que no son los de las mayorías? Si ellos dicen que aman a su país, ¿por qué no construyen o suman, sino que siguen siendo artífices de la misma destrucción que provocaron? ¿Les cuesta tanto aportar o siguen ciegos ante los cambios de El Salvador?
Son las respuestas a estas interrogantes las que al final nos dan la razón, en vísperas de los dos años y medio de Gobierno que nos dicen que avanzamos por la ruta correcta, por lo que es bastante lógico que aparezcan políticos caídos en desgracia o exaliados de la diáspora a querer debilitar o a dividir el proyecto de Nuevas Ideas y del presidente Bukele, con remedos de conspiraciones y seduciendo con cantos de sirena a algunos.
Está claro que la fórmula no les funcionará porque el «divide y vencerás» no aplica cuando un pueblo está detrás para no perder sus aspiraciones y anhelos o cuando el respaldo de la gente es tan amplio que se ve en expresiones espontáneas en la calle, estudios de opinión pública y en la aprobación a los proyectos que impulsa el Gobierno para llevar por fin a nuestro país al tan anhelado desarrollo.
A pocos metros de llegar a la primera parada de este camino, somos más los que creemos en este gran proyecto, porque en dos años y medio de Gobierno quedó demostrado que el problema era ellos con su ceguera ideológica, sus agendas de falsedad y que los 30 años del binomio ARENA-FMLN eran la piedra en el zapato de la gente, por lo que este motor hoy sigue a todo vapor para que el sueño de cada salvadoreño sea una realidad. Sigamos adelante, con claridad de dónde venimos, lo que ya hemos cosechado y lo que falta por sembrar y cultivar.