Para la mayoría de los salvadoreños católicos cristianos, de bautizo no de convicción, la Cuaresma no es más que un acontecimiento religioso que se celebra por unos pocos creyentes, fanáticos, y es esperada por la mayoría como una larga vacación para pasear y divertirse sana o paganamente en su mayoría. Para una minoría es tiempo de reflexión y meditación, pues el resto no es consciente de lo que realmente significa.
Los creyentes, fieles, ovejas, siervos, hermanos, etcétera, de las diferentes sectas, incluso los de fe católica, no conocen los contenidos fundamentales de su credo, pues se conforman con que otros, curas, pastores, guías, negociantes de la fe, etcétera, les interpreten la palabra de Dios de su propia lectura e intereses mercantilistas en su mayoría. Jesús no gritaba, sino que predicaba; no salvaba almas, cambiaba corazones y se preocupaba porque entendieran, conocieran y practicaran su palabra, asimilada en parábolas; en cambio, en el cristianismo y sus sectas, existe una ignorancia religiosa medieval generalizada. Por ello, todas las circunstancias accesorias de la iglesia le resultan a la mayoría fútiles en rituales, manifestaciones, etcétera, pues no mucho de lo que la iglesia considera esencial coincide con la nueva realidad de la imagen del hombre, del mundo y de Dios.
La Cuaresma significa la toma de conciencia del significado del hombre de aquel viernes, asumiendo la responsabilidad de un cambio profundo en cada uno de nosotros en nuestra cuaresma de la vida, en la que no existe la certeza de la resurrección que celebramos, por lo que no creemos; señalamos hipócritamente la traición, la negación, el trueque, la omisión, la condenación, la caída; alabamos al cirineo, acusamos el llanto, el despojo, al malhechor, la muerte, la sepultura, y celebramos la victoria. Pero la traición continúa, Judas sigue traicionando, la negación sigue siendo el arma de los indecisos. Quien tiene niega que tiene, quien es niega que es, quien puede niega que puede. El hombre sigue con el trueque, cambiando para vivir, y muere intercambiando, y así alguien gana para que otro pierda. Seguimos omitiendo y omitir es fingir y nos lavamos las manos para acusar. Condenamos por cobardía, por miedo, por vergüenza, por pena, porque no aguantamos la cruz que Cristo sigue cargando, y ese Cristo sigue cayendo en África, en América Latina, en Ucrania, en Rusia; y lo derriban el chantaje del petróleo, el pan, las pseudodemocracias, la inflación, la injustica, etcétera.
Fue un cirineo el que sintió el cansancio de Cristo. Todos tiramos piedras, pero ninguno abre la mano para levantar, pocos lloran, nadie llora. Lloramos al Cristo de aquel viernes y no lloramos al de todos los días, lloramos el despojo a Cristo y reímos quitándole la ropa al hermano.
Cristo fue acusado de malhechor por su denuncia y era buscado por los escuadrones de la muerte de su tiempo y, en nombre de la paz, fue crucificado, porque creyeron que sepultándolo iban a callar su verdad, y sigue muriendo entre nosotros sin encontrar lugar en nuestros corazones.
Que esta Pascua no sea simplemente el acontecimiento de la fe, sino que nos recuerde su valor histórico y religioso y que sus reflejos liberadores sigan siendo actuales en este convulsivo mundo actual.
Jesús existe solo en la cruz, pero hace falta otra cruz, la de nuestro cambio. Como sabiamente dijo madre Teresa cuando le preguntaron qué hacer para rescatar al mundo de la miseria y la problemática: «Cambiar yo», dijo sin titubear.