De acuerdo con un estudio alemán que ha evaluado la frecuencia de los síntomas de coronavirus en la fase aguda de la infección, y en la etapa post-COVID-19 demuestra que, a los 12 meses de la padecer la enfermedad, solo el 20 % se encuentran libres de síntomas, y el 80 % de los participantes continuaron con síntomas.
El principal síntoma es la disnea (o falta de aire). Una hipótesis es que es causada por factores periféricos, y psicológicos, como la inflamación y las funciones neuromusculares. Otras afecciones prevalentes son la fiebre, las náuseas, el vómito, el malestar que tienden a desaparecer. Si bien los especialistas afirman que no se conoce muy bien cómo funciona el síndrome post-COVID-19, sí han identificado que los síntomas se desarrollan durante o después de la cura de la enfermedad, y persisten más allá de las 12 semanas, y no son referibles a otras enfermedades.
Por lo tanto, los restos virales pueden seguir en el organismo, y perpetrar el mecanismo de inflamación crónica. Una de las causas de la persistencia es la incapacidad de dar una respuesta suficiente antiviral. La formación de trombos y daño de los tejidos puede ser un efecto de esta inflamación.
Además, las recientes investigaciones han demostrado que incluso los pacientes que tuvieron COVID-19 con síntomas leves, pueden desarrollar el síndrome posteriormente. En el organismo, los principales órganos y sistemas afectados son los pulmones, ya que a nivel alveolar la inflamación estimula las citoquinas proinflamatorias, que se expulsan en el tejido y en el torrente circulatorio y provocan un daño de barrera. En este proceso se favorece la formación de la fibrosis pulmonar.
A nivel cardíaco, en el corazón, provoca una disfunción del sistema nervioso y puede provocar malestar en el ritmo cardíaco. De igual forma, en el cerebro, la respuesta inmunitaria activa las células que dañan crónicamente a las neuronas, y el estado inflamatorio lleva a un estado de eventos trombóticos.
Además, la inflamación crónica en el tronco encefálico puede generar desórdenes de autonomía, provocando un empeoramiento de las capacidades cognitivas. «Pueden aparecer lesiones intermedias que pueden evolucionar. Los pacientes ancianos tienen más riesgo de daño pulmonar. Los síntomas prevalentes es la disnea, y las consecuencias son variadas, pero hay una reducida tolerancia al ejercicio físico», señaló Giulia Stella, especialista en enfermedades del sistema respiratorio, de la Universidad de Pavia.