Para Sigmund Freud y Gustav Jung, cierto tipo de arquetipos tenía existencia subconsciente, es decir, aquello que materializa la personalidad según los elementos simbólicos alojados desde el exterior al subconsciente. Claro está que cada uno de ellos —ánima, animus, sombra, persona, sí mismo— es diverso componente del ser de un ser y, por tal, la base de la pirámide de lo que soy sin saber su esencia.
Lo dicho anteriormente no es con el ánimo de crear un juego de palabras, mucho menos exponer un elaborado sisma metafísico; al contrario, busca sentar las bases de lo que se ha planteado en la temática, es decir, identificar en cada lector cuál sería su arquetipo regente o predominante, y con ello comprender la evolución de cada arquetipo en los diversos aspectos de su actuar y voluntad cotidiana. ¡Menuda tarea!
De ahí que se ha de buscar separar, para comprender mejor, la totalidad de lo importante y de lo necesario, dejando atrás el ego engañador y burdo, aprobando con ello el camino que permitirá saber cómo decidir con base en lo que realmente es importante y no solo necesario en la vida. Para ello, es menester saber o, como mínimo, intuir con qué arquetipo se está jugando en la vida.
Para hacer una verdadera jerarquía de valores y de circunstancias que determinan gran parte del día a día se necesita tener consciente y a la mano la escala de valores entre lo importante y lo necesario, ya que identificando cada uno se puede decidir según la circunstancia y la oportunidad anhelada, logrando paradójicamente la capacidad de estar solo y, así, de estar con otro.
Solo cuando se desarrolla el arquetipo de la sombra y se le descomplica a nivel gnoseológico se puede aceptar la realidad interna y externa de las cosas. Esto permitirá llegar al sí mismo, último paso de la individualización, es decir, del poder transformador. Al final, es lo que busca cada persona, transformarse en un mejor ser o, como mínimo, seguir siendo alguien que no daña.
Por tanto, tal como expresaba el maestro Bhagwan Shree Rajneesh: «Se necesita una cierta oscuridad para ver las estrellas», una oscuridad que viene día a día con nombre y apellido, con circunstancia laboral, familiar, amorosa, etcétera; pero que, a la larga, solo comprendiendo esa oscuridad como filtro para la luz estelar es como se puede llegar a alcanzar el arquetipo del sí mismo ya planteado con anterioridad.
De tal suerte que ir hacia dentro e identificar el arquetipo con el que se ha estado existiendo es de suma importancia y así llegar a ser tan único como es posible serlo, es decir, ser uno mismo, ser y no parecer. Debe existir un compromiso real consigo mismo que elimine de una vez por todas esa gran enfermedad de ser lo que otros quieren, de parecer y no ser o de ser a medias.
No temas encontrarte. Cada error cometido es la forma más natural que la vida tiene para enseñarte. Descubre la grandeza de la pequeñez en tu interior y esa semilla minúscula encontrada se podrá convertir en la secoya más extensa y fuerte que jamás hayas conocido. Flota en la vida, con tranquilidad descubre centímetro a centímetro la existencia y podrás asimilar lo que es realmente tu personalidad; es decir, eso que eres y que debes ser.
Erich Fromm lo describía hermosamente: «El ser humano siempre muere antes de haber nacido por completo». ¿Estás dispuesto a encontrarte? ¿Estás dispuesto a descubrir tu arquetipo y transformarlo en materia de pensamiento? Es tiempo ya de aprender a conocerte y quererte, pues no hay otra forma. Si no te amas, no puedes amar; si no aprendes, no puedes enseñar. Así es esta vida y así es la necesidad de lo importante.